A Enrique Marín de la Flor: No dejes nunca de bailar

"No había límites para él porque nunca los hubo en sus ganas de soñar, y no creía en hacerlo solo, sino con su grupo"

Imagen de archivo de una actuación de alumnas de la Escuela Municipal de Danza.
Imagen de archivo de una actuación de alumnas de la Escuela Municipal de Danza. / Elías
Nuria Sánchez Gey

09 de noviembre 2025 - 19:06

“Solo el que tiene el perfecto dominio de la técnica puede dar riendas sueltas a sus emociones". Esta frase la dijo Nacho Duato, cuando era director artístico de la Compañía de Danza, allá por los años 90, y me ha acompañado durante toda mi vida. La leí en una revista sí, en papel, en aquellos tiempos no había Internet, y aún llegábamos a nuestros referentes a través de los medios de comunicación.

En esa época yo estudiaba danza en la Escuela Municipal de Danza de San Fernando. Quería apuntarme a un curso de majorette, se suspendió y acabé en una clase con mis medias, mi maillot y mis zapatillas de lona. Estudié diez años danza y han marcado a fuego toda mi vida. En ese momento no era consciente de todo lo que iba a suponer, en mi futuro, lo que aprendí allí. No, no soy bailarina, no, no conseguí tampoco mi sueño de ser profesora de Danza, pero nada de eso hubiera dejado tanta huella como los valores que me inculcaron en esas horas de danza. Digo que me inculcaron, en plural mayestático, pero podría decir directamente todo lo que me aportó quién fue mi profesor durante esos años. Podría decirse que más que un profesor se convirtió en un mentor, en una guía, en un referente. Hablo del que fue mi profesor, pero también el director de la escuela, Enrique Marín de la Flor, para todos, Kike.

Nos enseñó a una generación, la que inauguró los estudios en esa incipiente escuela (que convivía con una de música ya consolidada), lo que significaba el esfuerzo, lo importante que era luchar por mejorar, el valor del trabajo en equipo, la autodisciplina para mantener el control, que el trabajo se hace cada día, pero nadie debe notar el esfuerzo cuando te encuentras en el escenario... Él quizás hablaba de danza y no era consciente de que estaba marcando la vida de chicos y chicas, de generaciones y generaciones, que pasamos por sus manos, y que cada una de sus enseñanzas estaba forjando nuestro carácter y nuestra forma de ser para el futuro..

Todas soñábamos, entre pliés y relevés, con hacer la pirueta perfecta, y Kike nos abrió las puertas a un mundo distinto. Desde San Fernando, una pequeña ciudad andaluza, al sur de España, veíamos (sin internet) vídeos donde chicos y chicas -como nosotros- conseguían su sueño gracias al tesón, a la disciplina, allá lejos en Londres. Era el alumnado de Royal Academy of Dance. Él consiguió que profesores de allí vinieran hasta San Fernando a examinarnos, nos hablaban en un inglés que no dominábamos, no importaba, nada era barrera, la danza no sabía de lenguas y nosotros no conocíamos fronteras para avanzar hacía nuestra meta. Como si se tratara de Robin Williams en ‘El club de los poetas muertos’, si nuestro maestro proponía algo, todas gritábamos ¡Oh capitán, mi capitán!, parafraseando a Walt Whitman.

Tardé muchos años en darme cuenta de cuánto había calado en mí haber estudiado danza, pero a lo largo de mi vida he reconocido en multitud de ocasiones que soy como soy y he llegado a donde estoy, gracias a mis estudios de baile.

Ahora que yo soy docente, que me esfuerzo cada día por no solo aportar conocimientos a mi alumnado, sino que encuentre en mí un impulso que les lleve a crecer, a mejorar, a cultivarse como personas, planteándole cuestiones, dudas, que les lleven hacía el pensamiento crítico… Muchas veces me acuerdo de Kike, de cuando nos hablaba de pintura, de arte, de las coreografías de los grandes, de que tal espectáculo venía al Teatro Falla o cualquier otro iba a representarse en Sevilla. ¡Qué lejos estaba Sevilla en eso tiempos! Esa ciudad (en la que ya había Mc Donald, en la provincia de Cádiz era impensable), el lugar al que íbamos una vez al año para examinarnos, para que además de ir creciendo en técnica, también pudiéramos tener el reconocimiento oficial necesario. Y Kike no se quedaba ahí, buscaba la forma de que nuestra formación fuera lo más completa posible, estudiábamos danza española, contemporánea y hasta africana, sí, en los años 90. No había límites para él porque nunca los hubo en sus ganas de soñar, y no creía en hacerlo solo, sino con su grupo.

En mi carrera he tenido que hacer discursos delante de cientos de personas, pero también ante una audiencia televisiva de un millón de personas, y sí, siempre me ha acompañado la adrenalina, pero nunca los nervios, los dejé en las bambalinas del teatro del Colegio Almirante Laulhé, la primera vez que hice con mis compañeras una representación ante las familias, pero hubo más. Kike siempre quiso más. Bailamos para conmemorar el Día de la Danza en semáforos públicos, cuando se ponía en verde para los coches, ante la sorpresa de los transeúntes y el estupor de los padres muchas veces, por lo rompedor que era el profesor de danza de sus hijas; hicimos clases abiertas para acercar la danza a la gente en plena Plaza del Rey, hasta recuerdo que nos atrevimos con coreografías en el mismo atrio del Ayuntamiento en un día grande como es el pregón del Carnaval.

Si Kike proponía algo, su grupo decíamos sí, nos atrevíamos a todo y eso es realmente la mejor enseñanza que nos dejó: con esfuerzo, ganas y en grupo, todo era posible. Éramos unas crías, sí, lo éramos, pero ahora todas somos mujeres, cada una ha desarrollado su camino más cerca o más lejos de la danza, pero a todas nos marcaron esos años junto al que fue nuestro maestro, y no solo nos ha marcado a nosotras, quiero creer que todas de una u otra forma hemos recogido el testigo de esa forma de entender la vida, de esa manera de perseguir nuestros sueños.

Hoy Kike tú vuelas y ojalá seas consciente de todo lo que has supuesto en la vida de los que fuimos tus alumnos, porque ese brillo que transmitiste en cada una de tus lecciones, aquí seguirá siempre brillando. DEP.

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