Ciencia

La propiopercepción: Nuestro sexto sentido según la ciencia

Consejos para practicar deporte de forma saludable, ¡cuidado con las lesiones!

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En la cultura popular, el sexto sentido está asociado con la percepción extrasensorial, la clarividencia, la premonición, la intuición, la capacidad de comunicarse con un mundo habitado por ángeles y fantasmas. Sin embargo, la ciencia nos adjudica uno menos esotérico ligado al sentido propio corporal: la propiopercepción.

La propiocepción es la capacidad que tiene nuestro cerebro de saber la posición exacta de todas las partes de nuestro cuerpo en cada momento. Dicho de otra manera, a nuestro cerebro le llegan diferentes ordenes desde las articulaciones y los músculos de la posición exacta de los mismos. De esta manera, en el sistema propioceptivo se ''procesan'' todas estas ordenes y se puede saber en qué posición exacta se encuentra nuestro cuerpo en cada momento. Puede parecer algo obvio, pero es imprescindible para cosas como tener reacciones reflejas, mantener el equilibrio o regular hacia donde nos movemos.

Su diferencia con el resto de sentidos radica en que su función nos ayuda a percibir como nos sentimos interiormente, es un sentido de ''interorecepción'', mientras que los cinco sentidos que conocemos pertenecen al grupo de los "sentidos de exterocepción"-con los que percibimos el mundo exterior-.

Así, más allá de la catalogación de las distintas sensaciones que podemos tener, existe todo un sistema propioceptivo con receptores y nervios, que se localizan en los músculos, articulaciones, tendones y en el aparato vestibular (un sistema de cámaras en el oído interno relacionado con el equilibrio).

¿DE QUÉ SE COMPONE EL SISTEMA PROPIOCEPTIVO?

  • Receptores nerviosos: Se encuentran en nuestros músculos, articulaciones, ligamentos, tendones y huesos. Esos receptores propioceptivos son el huso muscular, los órganos tendiosos de Golgi, los receptores de la piel y los receptores cinestésicos articulares. Dentro del sistema propioceptivo, funcionan como algo parecido a los acelerómetros de los teléfonos móviles.
  • Nervios aferentes: Los nervios aderentes son los transmisores del sistema propioceptivo. Son los encargados de transmitir toda esta información recogida por los receptores propioceptivos y enviarla al sistema nervioso central (SNC – cerebro).
  • SNC: En el Sistema Nervioso Central se procesa toda esta información recibida. Es el “ordenador central” del sistema propioceptivo. Desde allí se enviarían las ordenes necesarias a las mismas u otras articulaciones y/o músculos, para producir la reacción deseada.

ENTRENAMIENTO DE LA PROPIOPERCEPCIÓN

En ocasiones, el desarrollo de la propiopercepción puede presentar disfunciones o, directamente, no estar presente. Cuando esto sucede, los síntomas incluyen la dificultad para mantener el cuerpo erguido, para realizar actividades con las dos manos o manejar herramientas, falta de concentración, inquietud postural, rigidez y la ausencia de la noción de peligro.

En el caso de una lesión, la buena noticia es que se puede entrenar a través de ejercicios específicos, pero también como método preventivo. Se trata de un entrenamiento neuromuscular. Según el Dr.Sergi Sastre, médico de Traumatología deportiva, ''gracias a la «reeducación» de la articulación lesionada, la persona conseguirá potenciar la toma de consciencia y de sensibilización de las estructuras musculares, articulares, tendinosas y óseas''.

Una manera de mejorarla, por ejemplo, es hacer ejercicios sobre superficies irregulares e inestables, con la supervisión de un profesional. Pero incluso con el simple hecho de estar descalzo mejoramos la calidad en la percepción de los estímulos que recibimos a través de nuestros pies, o bien, haciendo alguna actividad con los ojos cerrados. En definitiva, se trata de modular el resto de los sentidos para facilitar otros.

Existen multitud de estudios científicos que abordan el entrenamiento de la propiocepción, enfocándolo en regiones como el hombro,la muñeca, la rodilla, el tobillo y su influencia sobre el equilibrio cuando estamos de pie. Incluso el cuello en situaciones tales como después de haber sufrido el denominado “latigazo cervical” durante un accidente de coche.

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