El morbo del sedal
Opinadores
Recuerdo cuando era un joven imberbe y paseaba por La Alameda o el Campo del Sur como había gente con las cañas y sus cestas para guardar el pescado y la “carná” para que picaran. La gente los ignoraba. Ellos estaban ahí como la farolas, pero solo lograban acaparar “audiencia” cuando el extremo de la caña se curvaba y daba la impresión de que podría traer algún pescao.
Los jubilados, ávidos de llevarse a la boca motivos de comentario, abandonaban sus posiciones estratégicas en los bancos de parque y se aligeraban para ver lo que había en el anzuelo. En el momento que iba entre la curvatura de la tanza y el izado del fruto del mar se arremolinaban los comentarios sobre la captura. Los jubilados apostaban por una baila por como salen las burbujas o fantaseaban con una dorada buena para asar si aquello no paraba de pegar tirones. Si por entonces hubieran existido los móviles mandarían un uasap a su parienta para que fueran cortando la piriñaca.
Pero como pasa con la bolsa, los comentarios subían como la espuma mientras se producía la operación de captura y la cosa se ponía chunga cuando lo que llegaba a la superficie era un pececillo que no daba ni para darle de merendar a “Puchipopi”, el perro chiguagua de Juan el ebanista, un habitual en el análisis de izado de cañas del país.
El morbo del izado se hizo aún más interesante cuando llegaron las cañas ya de material más moderno que tenían una maquinita que se encargaba de regular el sedal y alargaban casi como un culebrón de media tarde la maniobra.
Siempre envidie la paciencia de los pescadores que estaban horas y horas al solano para coger una dorada…con lo fácil que es comprarla en la plaza (y además te la limpian) y nunca entendí a la gente que se iba a pasar las madrugadas al puente Carranza a pescar y en muchas ocasiones lo que pescaban era un resfriao por causa del relente.
Pero me imagino que cualquier sacrifico de horas y horas bajo el sol pescando, valdrá la pena si algún día te haces esas fotos que salen en los periódicos de un tio con una corvina de 40 kilos que es más grande que él. Esas fotos siempre han tenido su atractivo, lo que no sabe el pescador es que yo cuando las veía, me importaba bien poco la hazaña. Yo fantaseaba con el momento en que un cocinero partiría esa corvina en rodajas de dos deo de gorda y la haría en amarillo con un ejército de chicharitos verdes. Esa pesca, la de los barquitos de pan de cundi de a cuarto, si que es de lo más interesante.
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