historia

Todo brilla en Cádiz menos las escuelas

  • El periodista Luis Bello escribió hace 90 años una amplia y exitosa serie de crónicas que denunciaban el abandono de la enseñanza pública

  • Su visita a los colegios de Andalucía comenzó por la provincia gaditana

En 1926, el periodista Luis Bello llegó a Cádiz para continuar con su visita a las escuelas públicas de España, con su popular campaña en pro de la enseñanza estatal. En una de las crónicas que publicó sobre lo que iba viendo, escribió: "Todo brilla, refulge y es alegre en Cádiz menos las escuelas". Todo en Cádiz se adorna, añadía Bello. Pues si es así, decía, ¿por qué abandonan las escuelas? ¿Qué han hecho las pobres escuelas para no merecer el cuidado que estas gentes dedican a sus casas?

Editada por la Diputación de Salamanca, acaba de publicarse una biografía del olvidado Luis Bello (1872-1935) que firma José Miguel González Soriano. Viene a recuperar en parte la memoria de ese periodista republicano cuya obra más importante quizá sea Viaje por las escuelas de España. Se trata de una recopilación de las crónicas que escribió en el periódico El Sol. En ellas hizo una defensa de la enseñanza pública y una denuncia de una situación de abandono que no parecía preocupar a casi nadie; por supuesto, en absoluto a quienes gobernaban el país. El segundo tomo de esa obra, editado en 1927, hace 90 años, incluye el recorrido de Bello por las escuelas de la provincia de Cádiz.

En la capital, las escuelas nacionales parecen "el zaguán de un asilo de pobres"En San Fernando hay 2.000 niños por las calles, sin escolarizar; en Algeciras, 1.600 En la próspera y rica Jerez, Bello ve a muchos escolares descalzos y harapientos

Precisamente Bello comenzó en Cádiz su visita a las escuelas de Andalucía. Y lo hizo tras impartir una conferencia y recibir un homenaje en la capital gaditana, pues ya había publicado artículos sobre otras provincias y su viaje era un éxito nacional. Como escribió en 1999 en Diario de Cádiz Carlos Colón (cuando la Junta de Andalucía editó los artículos de Bello sobre las escuelas andaluzas), "que un periodista se dedicara a este tipo de reportajes dice algo acerca de una dimensión ético-social de la profesión. Y que los artículos se publicaran en la primera página del diario El Sol también dice algo acerca de la empresa periodística entendida como proyecto social".

Diario de Cádiz publicó en mayo de 1926 entusiastas informaciones sobre el paso de Luis Bello por la provincia. Un redactor del periódico, Rafael García, lo acompañó a visitar Bornos, donde el Ayuntamiento, no el Estado, estaba construyendo unas escuelas. Antes, en una sala atestada de la Escuela Normal de Maestros, Bello explicó en una conferencia qué creía él necesario para transformar España: educar a un ejército de 40.000 maestros que sirviesen de intermediarios entre la gran masa y las altas cimas intelectuales.

Tras un banquete homenaje, Luis Bello se puso en marcha. Empezó por la capital. Si Bello fuese un periodista de la era digital, quizá hubiese titulado su crónica ¿Por qué las escuelas de Cádiz están abandonadas? Como era un periodista de los años veinte del siglo pasado y escribía en uno de los periódicos más importantes del país, tituló: En la Tacita de Plata. Esto es, que ahí, en la famosa ciudad que refulge, saltaba a la vista un contraste que a él y otros les hería. La inmensa mayoría de los escolares son pobres, algunos van descalzos y muy pocos están bien alimentados, escribe Bello. La escuela nacional en Cádiz, singularmente en algunos barrios, parece "el zaguán de un asilo de pobres". Entre todos, se lamenta, han convertido la primera enseñanza oficial en una recogida de mendigos.

Bello habla con María Cantero, regente de la Normal. Ella le explica que la pobreza y la pequeñez de las escuelas del barrio de La Viña contrasta con el edificio soberbio de Los Hermanitos, con el magnífico local de ese colegio. "¡Cómo los envidiamos!", le dice. El caso es que en ese momento, en Cádiz hay 40 maestros y maestras para una población de 100.000 habitantes. Harían falta más de 100, le indican al periodista. Las Congregaciones y los colegios particulares educan a unos 1.500 niños. Quedan más de 3.000 por las calles, sin escuela.

Ese mismo panorama, con una población escolar que pasa de 3.500 niños, encuentra Bello en la cercana San Fernando. Los datos parecen hoy una exageración. Y no es así, es lo que había en la España gobernada por Primo de Rivera, en la España de Alfonso XIII. Las escuelas públicas nacionales de San Fernando acogían a unos 700 escolares. En las tres municipales había 120. Y en las de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, 314. Resultado: quedaban más de 2.000 niños por las calles. Y aún más: en una escuela graduada construida por el Ayuntamiento, el periodista ve a muchos niños descalzos. ¿Qué quiere usted?, le dicen. "El calzado les estorba. Están acostumbrados a ir a sí por la playa. Son gentes muy pobres y no vamos a obligarles a que gasten zapatos" ¡Están acostumbrados!, se indigna Bello. Deliciosa conformidad, escribe. "No de ellos sino de los que presencian el nacimiento y desarrollo de esta costumbre".

No hay en Jerez un escenario distinto. "Yo tengo a Jerez por una ciudad próspera y rica. Necesito que me expliquen por qué vienen aquí tantos niños desmedrados, descalzos y harapientos", anota Bello tras visitar las escuelas. En el grupo escolar Carmen Benítez, que dirige don Teófilo Azabal, ve el periodista un edificio amplio, magnífico, pero sin portero, sin ordenanza. Los mismos maestros se encargan de servir los 20 almuerzos que sufraga una suscripción particular. En la graduada número dos, la Escuela de Santo Domingo, Bello asiste a una escena que le deja, dice, "como a cualquier hombre de bien", con muy pocas ganas de hablar. Salen al patio los 50 o 60 alumnos de ese día. Muchos van descalzos de pie y pierna. Le recuerdan a Bello un lienzo de Murillo: la misma ropa, el mismo picaresco candor. Pero están agitados e inquietos: se disputan los primeros lugares en una fila; hay empujones, gritos y golpes. El maestro apacigua. ¿Qué más da ser el primero o el último? Pues sí da. Hay comida para 20. Salen los 20 platos con el guiso, que se paga con una suscripción pública y ayuda del Ayuntamiento. Veinte almuerzos, total: cuatro pesetas. El que va detrás del número 20 sabe que ese día no almuerza. Todos los niños son pobres. Todas las familias los mandan a la escuela contando con que va a jugarse ese albur. Todos los defraudados quedan con hambre y con rencor.

Una maestra le cuenta a Bello que además de la pobreza, los escolares conviven con otro problema. Le habla de la inquietud extraña y de la palidez que observa en muchos de sus alumnos. Y le dice que está convencida de que el culpable es el alcohol: son pobres casi todos, se alimentan mal, pero no les falta el vino, al que atribuyen virtudes maravillosas. La maestra refiere un caso: una alumna sufrió un desmayo, pedí un vaso de agua y todas las niñas mayores dijeron: no, doña Carmen, será mejor darle vino. Se curan con vino y muchas madres no tienen reparo en dárselo a las criaturas terminada la lactancia.

Bello se encuentra en la ciudad del hombre que manda en el país, Primo de Rivera. No puede evitar pedir a todos los jerezanos "cultos" y a "cuanto allí representa fuerza" que se vuelquen en redimir las escuelas públicas. "El gasto de una sola noche de rumbo bastaría para salvarlas", se atreve a apuntar. La llamada surte efecto. Aunque la ayuda no llega del marqués, llega desde lejos. Un grupo de residentes españoles en Nueva Orleans escribe a El Sol: tras leer el artículo de Bello sobre los dos extremos que ha visto en la enseñanza en Jerez, han reunido 122,20 dólares, han comprado con ellos 800 pesetas y las envían para que hasta final de año tengan merienda los 60 niños que suelen asistir a la escuela de Santo Domingo. Admiramos el patriotismo de usted, su desinterés y su abnegada labor, le dicen al periodista.

El viajero también se detiene en Medina y en Bornos. Luego visita Tarifa, que con 12.000 habitantes, cuenta con cuatro maestros y cuatro maestras. Hay una escuela en Facinas, pequeña, sin luz y con material pobre. Pero en los demás pueblecitos del municipio, hasta 45, entre aldeas, cortijos, ermitas con caserío y molinos harineros, no hay ninguna. Ni en La Zarzuela, con más de cuarenta casas. Todos los poblados carecen de escuela. Quizá la hubo hace siglos; pero en memoria de cristiano no se sabe que tuvieran maestro, dice Bello. El paso por Tarifa incluye la visita a un comerciante, García Sillero, un entusiasta que está montando escuelas en Casas de Porro y en La Peña. En ellas les da lección a los muchachos un voluntario que apenas saca para pagar la renta.

Algeciras no mejora el panorama. Hace tres años tenía una escuela, anota el periodista. "Hoy ha progresado. Hoy tiene ya tres". En la ciudad visita a "uno de los mejores maestros de España", don Agustín Candell. El maestro muestra orgulloso su escuela, instalada en el edificio de un antiguo pósito. Como nota que a Bello no le parece un lugar apropiado, se explica: "Es que usted no vio lo que había antes". No obstante, los datos vuelven a golpear: quedan sin escuela pública en Algeciras 1.600 niños en edad escolar. Bello ve que Algeciras es "uno de los casos más graves, más agudos, de abandono e indiferencia".

La visita a la provincia de Cádiz continúa luego en Castellar, donde la maestra le enseña la escuela, clara y limpia, pero estrecha y recogida, y termina en Los Barrios, donde Bello halla la mejor escuela de estos contornos, donde dan clase dos maestras veteranas: doña Justa y doña Josefa.

Poco tiempo después de su viaje por las escuelas, Luis Bello asiste al primer fruto de su campaña. En sesenta años, entre 1870 y 1930, habían abierto en España 6.000 colegios nuevos; en dos años, en l931 y 1932, en la Segunda República, abrieron 7.000. Bello falleció en 1935. Murió sin saber que tras esa batalla ganada venía la guerra y la derrota. Sin saber que muy pronto quienes como él defendían la escuela pública, la escuela para todos, serían perseguidos y apartados, incluso asesinados. Bello murió sin conocer, por ejemplo, el trágico destino de don Teófilo Azabal, uno de los maestros con los que charló en Jerez.

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