La tribuna

Los relojes del verano

Los relojes del verano

Periodista Y Escritora

Todos los veranos intentamos que se quiebre el mecanismo de los relojes. Algo así como que el minutero vaya acompasado sólo con nuestro corazón y la aguja horaria se relaje para seguir el ritmo feliz de la vida. Una magia se cuela en el calendario. Ahí estamos ante el mar, una serranía de pinos y castaños o la melancólica arquitectura de un monasterio perdido.

Da igual dónde vayamos. En verano tienen lugar los espejismos. Todo es al mismo tiempo posible e imposible. Pero es cierto que los relojes toman una cualidad viscosa y maleable, como si adquirieran la naturaleza de los prodigios. Caminamos por una playa y somos capaces de adivinar fabulosas historias sucedidas hace siglos. Los mapas muestran el crujiente hojaldre del tiempo. Y podemos contemplar lo que ocurrió en otras épocas: batallas y otros momentos estelares, historias sencillas, el lento devenir de los días, un crimen olvidado, un instante de felicidad para alguien que murió hace muchos años.

Leo que en la Punta de San Felipe en Cádiz se ha recuperado un barco naufragado en el siglo XVII. El minucioso trabajo de investigación ha permitido descubrir sugerentes momentos del pasado. La arqueología subacuática se nos presenta como la más hermosa de las ciencias de la memoria. Es entonces cuando relaciono las playas de mi infancia con los litorales históricos.

Fue hermoso descubrir que las playas de todos los veranos eran páginas de crónicas marítimas. El tapón de la playa de Matalascañas era en realidad una torre almenara destinada a vigilar la costa de la amenaza de corsarios. Y otro verano en los Caños de Meca escondía la historia de la triste batalla de Trafalgar en la que el ejército inglés derrotó a la flota francoespañola en 1805. Para mí ese lugar era el amable paisaje de largos atardeceres, olas salvajes y preciosas caracolas. Sin embargo, en el mecanismo de la historia había sido el escenario de una naumaquia en la que España estrenó el siglo de su definitiva derrota. Pero eso lo supe después. Entonces ese paisaje marino era sólo una larga tarde de sol con olor a bronceador de coco y noches de grillos y jazmines.

Lástima que queden tan pocas huellas de estas historias de nuestra Historia. ¿Por qué España se ha empeñado siempre en borrar los perfiles del pasado? En la localidad costera de Portsmouth en Inglaterra sí que se muestra el recuerdo de lo sucedido en Trafalgar. En el antiguo astillero aparece el HMS Victory, el barco de la flota inglesa en el que murió el almirante Nelson de un disparo de mosquete.

Los ingleses saben glorificar a sus héroes, aunque los héroes no sean más que espantajos de trapo para animar el corazón de la gente. El público que recorre el astillero se identifica con el héroe de la batalla naval, aunque no estén los tiempos para glorificar ni guerras ni audacias militares.

Los ingleses, con su habilidad narrativa para contar sus glorias y sus derrotas, consiguen que todos sintamos el dolor de Nelson. Pero ¿quién recuerda a los soldados españoles? Pienso en los muertos anónimos de aquel combate. Difuntos cuyos huesos formarán parte de los fondos de nuestras playas andaluzas. Un banco de sardinas atraviesa hoy el pecio de la batalla de Trafalgar. Sardinas que este mismo mediodía estarán asadas en un chiringuito con música de reguetón.

Mientras, en las playas de Málaga –donde pasé varios veranos de mi adolescencia–, se levantan otras fabulosas crónicas del pasado. Aunque entonces tampoco lo sabía. Recuerdo la arena gorda y oscura, el olor de la leña de los espetos de sardinas y el escalón al entrar en el agua, tan distinto de las larguísimas playas atlánticas de Cádiz y Huelva en la bajamar.

Camino por la playa de Huelin en Málaga. Ahora sé que allí en 1831 fue fusilado el coronel liberal Torrijos por levantarse contra el absolutismo de Fernando VII. Vuelvo a darme cuenta de cómo las capas de historia se mezclan con nuestro presente. El mar de todos los veranos sigue siendo el mismo de hace siglos. Quizás porque es cierto que sucede el prodigio de los relojes rindiéndose al ritmo de nuestras fabulaciones.

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