La tribuna
Familias, pobreza y malabares
SI el conocimiento del origen de la Lengua Española es una tarea imprescindible para que la utilicemos de una manera clara y eficiente, en las circunstancias actuales es prioritario que se abran cauces adecuados para garantizar la necesaria innovación de sus diferentes modalidades y la correcta creatividad para la adaptación a los cambios culturales, sociales y políticos. Teniendo en cuenta el aumento progresivo de hablantes del español y las transformaciones de la vida es necesario que cuidemos su uso con el fin de mejorar la expresión de las personas, el conocimiento de nuestro mundo y la comunicación social.
Si ya desde mediados del siglo XIX y, sobre todo desde el año 1951 –en el que se creó de la Asociación de Academias de la Lengua Española– se han dado pasos agigantados para la consolidación de una política panhispánica, en estos momentos es imprescindible que se evalúe la influencia del buen uso en el crecimiento de la producción científica y en el desarrollo de las ciencias sociales, en las ciencias médicas, en las humanidades y en las artes.
En nuestra opinión, esa llamada para estimular y para orientar los trabajos lingüísticos hacia ese futuro globalizador que ya ha comenzado, podría partir desde Cádiz, una ciudad que, sin alambradas ni fronteras y con sus puertas abiertas, es una encrucijada de mestizajes, de híbridos, de impurezas de razas y de mezcla de culturas que ha sido un lugar privilegiado de encuentros internacionales.
La Lengua Española es una herramienta imprescindible para leer profundamente la peculiaridad de nuestras vidas individuales y colectivas, y para vivirlas de una manera intensa, consciente y humana. Con esta afirmación propongo que evitemos esa tentación a la que, de manera reiterada, han sucumbido algunos especialistas: replegarse en su esencia y encerrarse en su torre de marfil alejada y, a veces, opuesta a la vida real de los seres humanos que habitamos en España, en Latinoamérica y en todo el mundo.
Si la Lengua es una herramienta imprescindible para leer profundamente la peculiaridad de nuestras vidas individuales y colectivas, su futuro deberíamos conectarlo con el sentido de nuestras vidas, con el significado de la existencia humana de los ciudadanos que la hablamos en espacios geográficamente alejados.
Tengamos en cuenta que el uso correcto y creativo, riguroso y bello de la Lengua Española humaniza –ha de humanizar– la vida, y que su conocimiento a fondo contribuye –ha de contribuir– de una forma decisiva a la pervivencia actual del rigor científico –de todas las ciencias–, de la sensibilidad artística –de todas las artes– e, incluso, de la conciencia ética y de los comportamientos morales. Su estudio, por lo tanto, ha de estar impregnado e impregnar esa realidad compleja que es la vida humana.
Aunque no caigo en la ingenuidad de afirmar que los valores lingüísticos por sí solos nos humanizan, sí me atrevo a aventurar que las palabras que explican la sustancia humana pueden ayudarnos para cultivar la sensibilidad, las ideas nobles y los sentimientos sutiles, para amortiguar los golpes de las acechanzas de la vulgaridad y de las brusquedades.
Estas son las razones que me mueven a aplaudir la iniciativa de la Asociación de la Prensa de Cádiz, apoyada por el Ayuntamiento, para que nuestra ciudad sea la sede del X Congreso Internacional de la Lengua Española en 2025.
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