Los votos y los votos

Su propio afán

06 de julio 2024 - 03:05

Colecciono variaciones del refrán “Piensa mal y acertarás”. Me parece el grado 0 de la prudencia y me gusta ver las posibles mejoras morales. Una que no está mal es la del finísimo crítico José Luis García Martín: “Pienso mal, pero me encanta equivocarme”. Si fuese al revés se la compraría al 100%: “Pienso bien y me repatea equivocarme”. Me ha pasado, aunque parezca mentira, incluso con Pedro Sánchez.

Escribí aquí varios artículos diciendo que el presidente, mientras haría todo lo posible por el indulto y la amnistía a los golpistas catalanes, no movería un dedo por los condenados por corrupción de los ERE. Mi tesis es que necesitaba los votos de los primeros, pero que no necesitaba los votos de los segundos, así que, si sus ansias de poder no se interponían, cumpliría con la ley.

Algunos amigos se rieron de mi ingenuidad, y apostaron conmigo a que Griñán eludiría la cárcel. Yo aposté diversas copas de palo cortado, de manzanilla y de oloroso, y las perdí todas. Generalmente uno escribe para decir que se equivocan los demás, aquí digo que me equivoqué yo de todas todas, y más. Alguno de esos amigos que me ganó la apuesta me ha confesado que jamás creyó que el descaro judicial llegaría a tanto, con el Tribunal Constitucional enmendando la plana al Tribunal Supremo, y soltando a todo quisqui.

En cierta medida, yo había pensado bien del presidente Sánchez. Cedería hasta donde le empujase su extrema necesidad de máximo poder, pero no más allá. Ahora he aprendido que no tiene límites.

Aunque quizá también lo haga impelido. En el caso de los nacionalistas catalanes, por la necesidad de sus votos en el congreso. Y en el caso de los responsables de los ERE, por la necesidad de sus votos de obediencia. Todo se reduce al voto (de una veta o de otra) o al veto. Porque para sostener en el tiempo los pactos con los nacionalistas, que conllevan una obvia vulneración de la igualdad entre españoles y un perjuicio permanente a las regiones que votan socialista, necesita una obediencia ciega en los cargos, los afiliados y los simpatizantes del PSOE. Para eso, les tiene que pagar la docilidad en dosis de privilegio. Como en la mafia, con perdón, Sánchez tiene que cuidar de los suyos.

La cosa sigue siendo mantenerse en el poder, y lo que yo no vi, ingenuo de mí, es que necesita tanto de unos votos como de otros. De penitencia, me he impuesto releer El Príncipe, de Maquiavelo, qué remedio.

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