
La colmena
Magdalena Trillo
Machos alfa
El mundo de ayer
Que toda la vida es un trayecto que empieza y termina en el mismo sitio no es algo que sorprenda a nadie. A todos nos ha sobrevenido el hachazo de ciertos paralelismos y revelaciones, cuando vemos cómo nuestros mayores van dejando atrás su fuerza y su concentración y cómo su memoria se disgrega en pedazos, como un espejo roto que a veces refleja lo que se le muestra y otras veces parece inventar sus propias sombras, y se van pareciendo a los niños que conocemos, a los niños que fueron y que nunca vimos.
Mi abuela Antonia tiene ya más de noventa años. Tuvo tres hijas y un hijo, y mucho trabajo en casa, mientras mi abuelo se iba a la bodeguita a atender a los parroquianos o por las carreteras del sur a vender productos. Ella madrugaba, planchaba, compraba, cocinaba, cosía, limpiaba, atendía, esperaba. Todo esto forma parte de un universo paralelo. Desde que la recuerdo, mi abuela es una señora mayor de pelo blanco en la que es imposible vislumbrar la niña, la joven, la mujer que fue y que sigue siendo (niña, joven, mujer) entre tantas capas de tiempo.
Mi madre y mis tías se turnan para estar con ella y cuidarla, y van incorporando actividades a sus días, como si hubiera vuelto a la escuela. Mi madre me cuenta que le ponen ejercicios de todo tipo: sumas y restas, pruebas de escritura y de percepción. Mi abuela responde con dificultad a cuestiones de una sencillez absoluta, o salta con ocurrencias absurdas, llenas de desconcierto y de orgullo, como si fuera una niña que recibe sus primeras lecciones y no admite que no lo ha entendido. Como si esa niña que fue asomara por una grieta invisible.
Hace unos pocos años mi sobrino apenas hablaba, no sabía leer ni escribir, estaba dentro y fuera del mundo a la vez, exactamente como ahora lo hace mi abuela. Todo tarda en llegar, todo tarda en irse. Y en ese espacio de tinieblas en el que nada se define del todo, mi sobrino y mi abuela se han cruzado y se han deseado suerte. Mi sobrino tiene toda la vida por delante: la novedad del mundo, la brillantez de sus promesas y amenazas, sus dudas, sus decisiones, escondidas en recodos del camino. Mi abuela tiene toda la vida por delante: la ve en los muebles, en las fotos, en los pliegues y manchas de su piel, en los espejos. Vienen de la nada, van hacia la nada. Vienen y van hacia nosotros.
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