¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Elogio de las fronteras
Su propio afán
Por desgracia, este artículo de temática local ha tenido que esperar. Hace unos días que quería hablar del Vapor, como se llamó siempre en El Puerto, aunque en Cádiz lo llamaban “Vapor del Puerto” y, por las letras de Carnaval, “Vaporcito del Puerto”. Como se sabe, la desidia de las administraciones dejó que se perdiera el original tras su naufragio. Reflotaron el pecio entre promesas de pronta recuperación para plantarnos a los portuenses en plena Ribera del Río el bochorno diario de su paulatina descomposición a la vista de todos, incluidos los atónitos turistas.
Ahora, los mismos políticos que nos hicieron pasar esa vergüenza durante años han instalado un flamante Vapor de juguete en una inmensa glorieta de Valdelagrana. El montaje es fastuoso y la pieza es bonita. De noche, iluminada, gana. Por el lado de la estética, nada que objetar, que es algo raro en una glorieta, y se agradece.
Lo malo es la ética. ¿Tiene sentido que los que prometieron salvar el Vapor e incumplieron flagrantemente su palabra se adornen con una glorieta a su mayor gloria? El perro de una tía mía mató al amadísimo gato de su vecina. Para pedirle disculpas, mi tía apareció allí con un gatito de porcelana. El enfado se redobló, y aquellos vecinos jamás volvieron a dirigirse la palabra. La figurita parecía recochineo.
Traigo aquella porcelana como ejemplo porque yo no dudo de las buenas intenciones de Beardo y de su equipo. Conmigo, desde luego, son encantadores, a pesar de que, como pasa en los pueblos, saben de sobra del pie que cojeo. También mi tía tenía muy buenas intenciones, pero lo del gatito de pega no fue buena idea, como tampoco lo es el Vapor escultórico.
Que dentro de veinte años, cuando gestionasen otros, y se hubiesen perdido en la memoria las promesas de reflotar el auténtico barco, un alcalde hubiese rendido un homenaje a ese icono perdido de El Puerto, habría tenido un pase y hasta un aplauso. Ahora produce una mezcla de alipori e irritación.
Encima, nos vale como símbolo de la política española contemporánea. Aquí no se consigue nada, no se reflota lo hundido, no se arreglan las cosas; pero se gastan dineros en postureos y propaganda, en carteles y en rotondas, en pan y circo, y, sobre todo, en sueldos. A escala nacional y trágica, ha pasado en Valencia; a escala local y bufa tenemos este Vapor de pega convertido en vapor, en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. En rotonda.
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