La aldaba
Qué clase de presidente o qué clase de persona
Sabemos y aceptamos que no siempre estamos a la altura, pero hay veces en que la constatación se nos hace bola para que no nos traguemos sin más ese pequeño o gran sapo que nos incomoda. Cuando un abuelo falla es que otras muchas cosas debieran ser revisadas.
Hora feliz con los nietos en una hamburguesería de esas que les entusiasman y uno no pisaría sin ellos. Noto mohína a la niña y, naturalmente, procuro saber qué pasa. Por fortuna, nada grave aunque a ella la contraríe y mucho: el disfraz para Halloween, llegado por mensajería un par de días antes, está muy por debajo de las expectativas y de lo que prometía el catálogo: feo, arrugado y, aquí mi gesto empezó a torcerse, no suficientemente sanguinolento. Para colmo, cierta pieza de plástico llegó doblada e inservible. Cuando me aclara que la cosa era un cuchillo que no puedo ni imaginar en sus manos, ya no puedo disimular, pero de inmediato, ante la mirada taladradora de su hermano menor, Julia me pregunta directamente: –Abuelo, ¿a ti por qué no te gusta Halloween?– Miro de refilón a su madre e intuyo que puede no ser el momento de explicar por qué creo que una adorable niña de once años no puede ir, ni de broma, vestida con prendas ensangrentadas, aunque sea de pinturilla, y con un cuchillo, aunque sea de plástico, en la mano. Y menos aún el día en que podría, con sus padres y toda la familia, recordar a aquellos que tanto la quisieron y ya no están.
Me callo y ahí sigue el sapo dando vueltas hasta ahora. Y la tristeza. Me pregunto cuántos abuelos habrán tenido que tragarse el sapo del silencio que compra la fiesta en paz, también cuántos abuelos se han sumado gozosos al akelarre de espantosa fealdad que durante una semana transforma a nuestros nietos en todo lo contrario de lo que por naturaleza son. Sigue siendo un misterio para mí cómo ha podido prosperar entre nosotros un fenómeno tan siniestro, tan cutre, tan perturbador en el fondo. Y cómo los padres y las familias hemos consentido, con la complicidad impagable de los colegios, que esa celebración dañina haya alcanzado a lo más preciado que tenemos, nuestros hijos y nietos.
También te puede interesar
La aldaba
Qué clase de presidente o qué clase de persona
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
El mundo de ayer
Rafael Castaño
El grano
El Palillero
José Joaquín León
La Casa de Iberoamérica
Lo último