
El Palillero
José Joaquín León
Memorias de un tiempo ganado
La ciudad y los días
Los asesinatos del sábado negro en Fuengirola (Málaga), Las Pedroñeras (Cuenca) y Zafarraya (Granada) acabaron con las vidas de cuatro mujeres y dos niños. Seis víctimas de la violencia de género y vicaria en un día que suman 19 mujeres y 15 menores asesinados en seis meses: los números de las víctimas de la violencia de género y de la violencia vicaria tienden a igualarse multiplicando el horror de estos hechos.
La edad de las mujeres asesinadas va de los 20 a los 76 años y la de sus asesinos de los 34 a los 75. En un caso además de a la ex pareja el asesino mató también a su madre y en otro a sus hijos. Edades distintas, entornos distintos y situaciones distintas. Pero la misma violencia asesina. La víctima de Las Pedroñeras estaba incluida en el sistema de Seguimiento Integral en los casos de Violencia de Género tras denunciar a su ex pareja por reiteradas agresiones. No ha servido de nada.
Desde el Colectivo Feminista Las Palmiras de esta localidad se ha manifestado que “la violencia machista no entiende de edades, culturas o lugares. La violencia machista se ejerce porque existen personas que se creen dueñas de otras, con el derecho a decidir sobre ellas hasta el punto de si deben vivir o morir”. Muy cierto, como demuestran los hechos, en lo que se refiere a las intenciones, las edades y los lugares. Pero matizable con respecto a la cultura. Porque la cultura es el “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. Y, aunque en su tercera acepción se la define como “conjunto de modos de vida y costumbres”, lo que alude al peso de determinadas mentalidades y estructuras que fomentan el machismo y el consiguiente sometimiento de la mujer al varón que se cree dueño de su vida, inmediatamente se añaden los conocimientos y el grado de desarrollo que determinan ese conjunto de modos de vida y costumbres.
No, la violencia machista no entiende de edades y lugares, pero sí de culturas. Es importante decirlo porque en la educación y la cultura están la única esperanza de erradicar, en la medida de lo posible porque el mal está en la naturaleza humana, la violencia de género. No hay otro camino a corto, medio y largo plazo que el de educar en la igualdad, el respeto al otro y a su libertad, y la represión de los instintos primarios violentos y del mal que en mayor o menor medida a todos nos habita.
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