La aldaba
Qué clase de presidente o qué clase de persona
En la foto, se ve a Antonio Gala sentado al lado de una elegante señora rubia, serio y concentrado, esperando la revelación por el jurado del premio Planeta de 1990 en la gran gala celebrada en el hotel Ritz de Barcelona. En realidad, todos sabíamos en casa desde hacía meses el nombre del ganador de muy lucrativo premio, pues no en vano aquella señora que lo acompaña era mi madre. ¡Bueno era Don Antonio para que no le dieran el premio de después de escribir quinientas páginas del Manuscrito carmesí!
El premio Planeta fue una de las grandes ideas de aquel genio de la edición que fue José Manuel Lara Hernández, sevillano de El Pedroso, modesto menesteroso en su pueblo, combatiente del bando nacional en la Guerra Civil y, como tantos, emigrado de posguerra a Barcelona, donde con su inteligencia natural fraguó su imperio. Se trataba de aunar, mediante la concesión de un premio anual, la buena literatura con el mercado editorial, intercalando en su concesión nombres consagrados de la literatura en español (Matute, Sender, Gironella, Semprún, Marsé, Moix, Muñoz Molina, Cela, Vargas Llosa…) con otros menos conocidos para el gran público, que afloraban a las listas de éxitos amparados por el marchamo de calidad y prestigio que daba el premio.
Con el paso del tiempo, y la evolución del mercado hacia un público cada vez menos intelectual muy condicionado por el auge de la televisión, la vertiente comercial de los Lara se fue imponiendo a la literaria, y aunque de vez en cuando aparecía la figura de algún grande (Savater, Cercas, Mendoza…), empezó a surgir de manera inquietante un perfil de escritor mediático de ocasión, sin mucha obra publicada, pero conocido para el gran público, cuya mejor virtud es la cantidad de gente que pueda llevar a las librerías en vísperas de las navidades (aquí, puede poner el lector el nombre que prefiera, hay donde elegir).
La concesión este año al polemista Juan del Val ha desatado la tormenta perfecta, al concentrarse en su persona, contra la que nada tengo, todas las ventajas comerciales del galardón, y ninguna de la literatura propiamente dicha. Si a eso le añadimos su performance diaria de azote del sanchismo en esta España polarizada, no duden que el éxito editorial está más que asegurado. Que al final, y ya sin ningún tipo de complejo, es de lo que se realmente trata.
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