Sus arcos eran una especie de frontera personal que trazaba para un niño o adolescente a mediados de la década de los 80 el lugar prohibido del que no lo era. "No pases por ahí, trata de evitar el peligro" nos decían los mayores. Ya sabemos aquello de la atracción de lo prohibido, pero sólo había que estar cerca de la Catedral para ver entrar por las callejuelas del Pópulo a zombies andantes adentrarse en un barrio decrépito. No era el único barrio que estaba así en Cádiz ni muchísimo menos, pero era una pena que uno de los sitios más singulares estuviera medio muerto. Pero llegó el maná del Plan Urban, la lucha de vecinos como Antonio Gallardo y otros, la intervención de arquitectos como José Ángel González y un buen empuje político para que el enfermo que estaba en puertas de la muerte reviviera hasta convertirse en una joya. Ya sólo le falta la corona de la Casa del Almirante, pero está cerca.

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