Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Vive Calila
LA Fórmula 1 se pudre. El mínimo romanticismo que conservaba una competición ideada por caballeros se estrelló contra un muro de Singapur en la primera carrera nocturna de la historia. Si todavía había alguien que pensaba que el gran circo podía ser considerado un deporte, ahora se ha desengañado. El complot de Renault para provocar el accidente de Piquet y dar el triunfo a Alonso se ha llevado por delante a Flavio Briatore y su ingeniero Pat Symonds, los dos mandamases de la escudería francesa, que les ha sacrificado para intentar evitar un castigo ejemplarizante que incluso contemplaba la expulsión del Mundial.
Este último episodio viene a sumarse a otros igual de bochornosos, aunque no tan peligrosos ni descarados. Desde hace unos años se han sucedido casos de espionaje, como los de McLaren a Ferrari; escándalos sexuales, como el del presidente de la FIA, Max Mosley, destapado por tabloides sensacionalistas a sueldo de quién sabe quien; cambios de reglamentos polémicos, como el último que ha convertido el campeonato en una lotería impredecible; o golpes de estado escenificados en yates de lujo. Una cosa parece clara: Mosley ni perdona ni olvida. El presidente de la FIA está dispuesto a no optar a la reelección, como ya prometió en su día, pero a cambio se va a llevar por delante a uno de sus más encarnizados rivales, un Briatore del que incluso se rumoreaba que podría comprar la división de Fórmula 1 de Renault para imitar a Ross Brawn pero que ahora podría incluso enfrentarse a una inhabilitación de por vida.
Mientras que medio mundo espera ansioso la confirmación del fichaje de Fernando Alonso por Ferrari (ahora sí que sí), los aficionados a la Fórmula 1 confían que esta temporada aciaga acabe cuanto antes, que Mosley se retire a su Inglaterra natal o la Alemania de sus sueños, que Briatore y Ron Dennis no reaparezcan y que los coches, los pilotos y los ingenieros sean los únicos protagonistas.
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