Su propio afán

Enrique García-Máiquez

La nada a nadie

09 de noviembre 2025 - 03:07

Alberto González Amador, en el juicio contra el Fiscal General del Estado, confesó que ya, en su impotencia, se plantea dos opciones: marcharse de España o suicidarse. El juez le aconsejó que no hiciera ninguna de ambas. Hasta ahí muy bien. Lo ridículo es que a continuación le instó a que… lo hable con su abogado. El positivismo tiene estas cosas. Uno acaba pensando que la solución de todo estriba en un asesoramiento legal.

El asunto del suicidio resulta siempre peliagudo, y más en estos tiempos. Su reproche moral es profundamente cristiano, porque, sin pensar que Dios es el único dueño de la vida y de la muerte, es difícil negar a los paganos el señorío sobre la propia biografía para decidir cuándo irse a lo Sócrates o a lo Séneca. Otras cuestiones morales tienen más fundamento en la naturaleza humana: no hacer daño al prójimo, especialmente si es débil, no utilizarlo, no robar, no mentir, etc.

El suicidio, siendo una decisión personal, armoniza con la ética griega, la dignidad estoica y, todavía más, con el feroz individualismo actual. Ante su presencia, cada vez más frecuente, queda uno balbuciendo como el juez: “Hable con su abogado…”.

Explicó recientemente Ayaan Hirsi Ali que la prueba del nueve del cristianismo (o la cuenta María) es ver los efectos que su ausencia produce. Quedarnos sin el mayor argumento contra el suicidio es muy serio. Por supuesto, hay otros alegatos. A los que no tengan fe, hay que hablarles de lo que, más a más, también nos viene bien a los creyentes: del valor, del espíritu deportivo, de las segundas oportunidades y de la pena causada a los que nos aman. No viene mal recordar que, como dijo Borges, el suicida borra el mundo: lega la nada a nadie. Supongo que esto es todo lo que podrá decir a González Amador su abogado. Quizá pueda añadir que la justicia está de su parte.

Pero no son argumentos definitivos. A fin de cuentas, el suicida no es un traidor a la causa de la vida, sino, si acaso, un caído. El mejor antídoto es la fe: poner la vida en las manos de Dios. Cristo, encima, por resucitado, sabe cogerle las vueltas a la muerte. Decirle que Él sabrá… cuando nos conviene más y que ésa será la hora en punto, aunque parezca o demasiado pronto o demasiado tarde. El suicidio es tomarse la injusticia por su mano y contra uno. Un contradiós.

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