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de poco un todo

Enrique / García-Máiquez

Cuánto honor al Opus Dei

PASMA que, tras treinta años largos con una Constitución que garantiza la libertad de opinión y la no discriminación por ideas ni creencias religiosas, vengan algunos políticos, periodistas e intelectuales, con el silencio cómplice o cobarde de casi todos, a proponer la expulsión de la vida pública de quienes pertenezcan al Opus Dei. Hay que detectarlos, proponen, y sacarlos del poder ejecutivo y del parlamento. Si son jueces o son magistrados del Tribunal Constitucional, ¡que se abstengan en cuanto afecte a sus creencias!; como si los que piensan lo contrario no tuviesen las suyas (las contrarias), que, por lo visto, no les inhabilitan, sino al revés.

Da pereza explicar el disparate de esa discriminación, repasar los regímenes totalitarios que la practicaron y enumerar los artículos de la Constitución y la normativa internacional que vulnera; pero además es una pérdida de tiempo, porque el berrinche sólo tiene una razón de ser. Saltan así porque se habla de poner coto al aborto eugenésico, fíjense. Desde la aprobación del aborto, ha habido ministros y jueces del Opus Dei, pero ellos, con la libertad absoluta que, siempre dentro de la doctrina de la Iglesia, disfrutan todos los miembros de la Obra, pensaron que había otros asuntos más importantes o prioritarios. Mientras Trillo-Figueroa andaba preocupado en consensuar cualquier cosa con el PSOE, nadie protestó por su pertenencia al Opus Dei.

Esto de singularizar ahora y de este modo al Opus, es un inmenso honor: lo hace epítome del movimiento pro-vida. Y eso, tan noble, también es inexacto y algo injusto, porque hay muchísima gente pro-vida que no pertenece a la Obra, y que no es católica, y que no es cristiana, y que no es creyente. De hecho, el ministro que se ha atrevido a prometer que dará un paso en defensa de la vida ha sido Gallardón, del que se desconoce fervor religioso particular, más allá de su afán centrista. Con la jugada de identificar la lucha contra el aborto con un grupo concreto de la Iglesia Católica, pretenden etiquetar y encerrar en un compartimento estanco unas ideas y unos valores que van prendiendo en sectores cada vez más amplios de la sociedad, y tal vez amedrentar a Gallardón. Yo, en particular, les agradezco mucho el honorífico señalamiento, aunque les veo muy clara la mala intención.

También veo que se han puesto en evidencia, haciendo saltar por los aires los principios de un mínimo decoro democrático y hasta del sentido común, para defender a toda costa algo tan tan brutal como el aborto eugenésico, que consiste en eliminar los fetos con minusvalías o malformaciones seguras o probables. O es eso o, simplemente, la rabia de encontrarse, de pronto, tras treinta años, con un debate ideológico sin complejos en un tema sustancial. No sé qué es peor: lo primero da horror y lo segundo miedo. Aunque también podría ser una mezcla confusa de ambas cosas.

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