Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Su propio afán
Estupenda cobertura la que está dando el Diario a la apurada aprobación de la LOMCE, a las resistencias de la Junta de Andalucía a aplicar esta reforma educativa del PP y, sobre todo, a la auténtica problemática de fondo, que la espuma superficial de la confrontación política no es capaz de ocultar. Estupenda y lógica, porque por este laberinto tendremos que transitar miles de alumnos, padres y profesores gaditanos.
Todas las críticas coinciden en que la educación no puede estar sometida a continuos cambios de sistema. Javier Sánchez Rojas, presidente de la Confederación de Empresarios de Cádiz, demostraba, en un reciente artículo sobre la Formación Profesional, una envidiable claridad de ideas. Y comparaba nuestra constancia en la mudanza con el sistema francés, que lleva 25 años instaurado, y con el alemán que, sin más retoques que los circunstanciales, va a cumplir 46.
El progreso -contra lo que predican los progresistas- necesita coger carrerilla en el pasado. Sólo así puede saltar hacia el futuro con energía y eficacia. Crearlo todo de nuevo hace que nada se haga, perdidos en una apoteosis del presente que se devora en sí mismo. Sólo un sistema educativo que lleve instaurado un tiempo considerable puede consolidarse, contrastarse y corregir sus carencias. Además, la posibilidad de que un profesor dé clases en el sistema donde fue alumno conlleva grandes ventajas, como su experiencia, la natural empatía con sus alumnos, la interiorización de procedimientos y cauces administrativos, que mejor cuanto más naturales e invisibles para que no distraigan del aprendizaje, etc.
Comprendemos que tanto barullo político se debe (o debería deberse) al puro interés por mejorar un sistema que no alcanza los resultados deseables. Pero habría que estudiar en serio las causas del fracaso, sin miedos ni prejuicios ni intereses espurios. Y sin creer en el poder mágico de las nuevas leyes. Quizá, tras tantos bandazos, no quede otro remedio que hacer, ay, una nueva ley; pero con dos compromisos: recuperar lo que tradicionalmente había funcionado bien (para tomar carrerilla, aunque sea retroactiva) y acordar entre todos ni rozar la norma en un cuarto de siglo, lo menos.
Como esto ocurre en la educación y en casi todos los campos, se plantea el problema de qué hacer con tantos legisladores como sobrarán. Proponerles dar clases de apoyo en los institutos no sería un mal comienzo.
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