DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

La derecha es mala

EN mi último artículo, don Carlos Pérez tuvo la amabilidad de dejar este comentario: "¿Sabe usted que es incompatible ser bueno y ser de derechas? Si conoce o ha conocido a alguien conservador, neoliberal, fascista, etc., que sea, o haya sido bueno, dígalo". Hemos pasado un buen rato, en los dos sentidos, unos amigos y yo sopesando si lo diría en serio o en broma. Hemos decidido que en serio, porque así tendría más gracia y una interesante conexión con los cuentos de Flannery O'Connor.

El hombre es de bondad difícil, ciertamente, y el hombre político -ese hombre al cuadrado- más. Hobbes lo advirtió, mentando al mismo lobo que atrae tanto en los cuentos a los niños, probablemente porque están aprendiendo a vivir en sociedad. Caperucita, en cambio, es roja, lo que puede entenderse como un mensaje subliminal o un significativo lapsus.

Lapsus vs. lupus, Pérez acota su crítica a la derecha. Entre un conservador y un fascista hay más diferencias (y una guerra mundial, la segunda) que entre un fascista y un socialista, a los que unen, con perdón, la fe en el Estado y en el Partido y las raíces hegelianas. Pero no importa: la derecha es la mala. Para algo la izquierda posmoderna se echó en brazos del buenismo del salvaje de J. J. Rousseau.

Los idus de marzo, la última película de George Clooney, ilustra bien la situación. A pesar de la retórica progresista con que quiere cubrir sus vergüenzas, la política, nos descubre Clooney, es una lucha desnuda por el poder. La historia -con su trivialización del sexo, con su aborto gratuito, aunque pagado al contado, con su sarta de mentiras- ocurre en el Partido Demócrata. Es un signo paradójico de que la bondad corresponde a la izquierda…, y por eso su ausencia allí sí nos sorprende. En el Partido Republicano hubiesen sido malísimos desde el principio.

Aquí Rajoy debería aceptar ya su papel de malo, y actuar en consecuencia. Sus eufemismos, evasivas y miramientos son inútiles y provocan incoherencias y descoordinación. Si quiere hacerse el simpático (véase Arenas), lo lleva crudo. Si quiere ser creíble, ha de vendernos realismo descarnado, y convencernos de la necesidad de reaccionar. Su política ha de ser (véase Aguirre) del tipo Bette Davis ("Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala soy mucho mejor -para España-") o, si esto le parece poco serio, que remede a Churchill con su sudor, sangre y lágrimas. Sobran salidas por la tangente e interesados silencios interesantes. ¿Por qué lo llaman "reformas" cuando quieren decir "recortes"?, por ejemplo. ¿Y para cuándo meterse en serio con el insostenible modelo autonómico?

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