
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Las estrellas dormidas
Su propio afán
La primera vez que fui a recoger a su casa a la que ahora es mi mujer, salió como por ensalmo a la puerta un tío suyo de barba florida y voz campanuda con una dicción también florida, con un vago deje caribeño. Era mi hoy tío José Blázquez, de Cádiz, teatral y volteriano. Me explicó con inesperada severidad decimonónica, que, tras la muerte de su hermano, el padre de Leonor, se sentía moralmente obligado a cuidar de su sobrina, y que ya podía yo hacer lo mismo. Acababa de conocerla, pero me comprometí muy solemnemente con aquel caballero surgido de una novela de Valle-Inclán, y creo que he cumplido.
Eso fue hace más de 30 años. Ayer nos puso un mensaje en el teléfono para contarnos: “Cuando estaba sentado en un escalón, con el sombrero quitado por el calor, entre la calle Torre y la calle Benjumeda, con mi bastón entre las piernas, una señora me tiró una moneda de cincuenta centavos [sic]… Yo respondí cristianamente: ‘Gracias, señora, que Dios la bendiga’. La camisa es de Armani, los zapatos son de Cayumas, Venecia, etc. Mas ¡cómo será mi aspecto...! Los ricos no entrarán en el reino de los Cielos, pero yo soy un mendigo”.
Pensó devolver la moneda a esa buena señora de clase media que salía de la iglesia de san Antonio –nos ha confesado–, pero cayó en la cuenta a tiempo de que Dios se lo devolvería al ciento por uno, y que él pasaba a ser, contra todo pronóstico, “un hermano en Cristo de la mendicidad”.
Y no pensaba contarnos más, discreto; pero le he celebrado tantísimo la historia que ha condescendido, en un ataque de humildad o tal vez amoscado por la gracia que me hacía que mi tío político fuese así confundido, a revelarnos el final de la historia. Véase: “Se me olvidó contaros que, al volver en taxi, pasaron unas monjas vestidas de marrón. Las saludé y se acercaron al taxi y les dije: ‘Hermanas, he robado 50 céntimos, tomad 50 euros’. Creo que es el ciento por uno”.
La historieta era alegre, y su final, feliz. Para las monjas quizá incluso providencial. Los cincuenta céntimos de aquella benemérita señora han dado mucho de sí. De las rentas estamos viviendo todavía nosotros. Por las risas y, más modestamente, porque me han solucionado el artículo de este domingo, que tocaba de política. Pero estamos como tío José, sofocados, rendidos en los escalones de la calle, con el sombrero boca arriba, y pidiendo –sin ser del todo conscientes– un poco de caridad y buen humor.
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