En román paladino

RAFAEL / ROMÁN

El arresto domiciliario y Timoteo

EL arresto domiciliario no es un castigo. Ayuda a la reflexión. Se favorece que la persona en la soledad -no debe hacerse nunca colectivamente- medite sobre su conducta y, con la televisión apagada y los niños en casa de los abuelos, profundice sobre lo lejos que está de alcanzar el estado de esos seres superiores que no se irritan por nada, que viven serenamente, que siempre hablan con comedimiento y con respeto al otro. La nimiedad de estar siempre sin cobrar se compensa con el amor a la comunidad.

Tenían que haber ido con una vara de nardo para homenajear como gesto de respeto y aprecio a los que se desvelan 24 sobre 24 por nuestro futuro. Otra posibilidad más vistosa habría sido esperarlos en las puertas, acompañándolos de los magníficos sones de Música para los reales fuegos de artificio, composición de Häendel realizada cuando el esplendor dieciochesco de Cádiz estaba en su apogeo. Todo menos la zafiedad de una protesta o un griterío ensordecedor que no conduce sino a la ordinariez, rayana con la delincuencia.

La vida está llena de paradojas. Porque, por contra, se evaporan millones en una empresa pública y sus jefes salen indemnes. Los otros que estaban en la mesa de las decisiones no se enteraron ¿para qué iban? Francamente ¿quién se lo cree? Muere un niño en un local municipal no suficientemente conservado ni vigilado y no sucede nada más. En aquel campo las balas silbaron pero sólo alcanzaron al niño. Se pueden caer casas, con los vecinos dentro, sin más responsabilidad -si acaso- que el realojo temporal de los afectados. Un conjunto de reses recorren a su gusto la ciudad con enorme peligro para la población, pero no podía haber más culpables que los propios toros. Y si roban 300 kilos de droga que debes custodiar, te aseguras una medalla.

Hace casi 50 años, Timoteo Buendía Gómez, peón de albañil de Madrid, el 23 de marzo de 1964 fue el primer condenado por el Tribunal de Orden Público del Régimen. Timoteo, en estado de embriaguez dijo repetidas veces en un bar del Camino Viejo de Leganés, al aparecer en la televisión el dictador, que "se cagaba en Franco". Fue condenado a diez años y un día de prisión mayor, por injurias al Jefe del Estado -teniéndosele en cuenta el agravante de "la mala conducta antecedente del procesado, dinamitero voluntario en el llamado ejército rojo"-. Todavía no hemos regresado a eso, pero vamos por el camino.

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