
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Las estrellas dormidas
Cuarto de muestras
Tengo entre mis manos un librito delicioso titulado “La filosofía del vino” del húngaro Béla Hamvas. Coincide su lectura con mi pasión por defender la candidatura de Jerez para ser elegida Capital Europea de la Cultura en 2031. Sus páginas me convencen aún más de que el verdadero valor de esta ciudad está en su vino, que hace que giremos a su alrededor, de un modo u otro, todos y todo. Lo digo como el autor de este libro, con el entusiasmo del que proceden el arte, la música, el amor, el verdadero pensamiento e incluso la religión porque sin entusiasmo no seremos capaces de hacer nada ni seremos nada. Con entusiasmo merece la pena incluso lo que no se consigue.
Cuenta Hamvas con emoción y detenimiento que las ciudades del vino son idílicas: No hay más que pasear entre viñedos o por una bodega, lugares en los que uno podría detenerse y decir: “Aquí me quedo”. Y, tal vez, sin darse cuenta, allí mismo le llegaría la muerte. Quién no lo ha sentido un día de verano cuando al penetrar en el frescor de una nave y, entre andanas de botas, ha ensanchado sus pulmones con ese olor intenso, profundo y único. Quién no, al levantar la mirada en los carriles de una viña sobre cuyo calizo manto blanco se doran los racimos en su innegable belleza. Quién no ha sentido iluminarse su espíritu al compartir una copa de vino con amigos o con alguien a quien ama. Quién no ha saboreado la lectura sorbo a sorbo junto a su copa. A quién no le han hecho la señal de la cruz en la frente cuando se ha derramado un poco de vino no como una simple costumbre sino como un acto de fe.
Y es que pocas cosas nos llevan a la felicidad compartida como una copa de vino. Jerez tiene el privilegio de hacer felices a los hombres desde hace siglos y apenas nos damos cuenta. La mejor manera de presumir de nuestra historia es conocerla y respetarla. Tenemos que proteger nuestro paisaje de viña, nuestra arquitectura bodeguera, nuestro espíritu cosmopolita y emprendedor, nuestros vinos. Tenemos que volver a convertir Jerez en una ciudad bodega que al pasear nos impregne su olor a vino. Un grupo de ciudadanos con ayuda del Ayuntamiento y empresarios particulares queremos emparrar calles significativas de la ciudad para disfrutar su delicada sombra.
Sentencia el escritor húngaro que el vino es amor en estado líquido. El de Jerez desde luego. Hay tanto cuidado, tanto reposo, tanto silencio, tanto tiempo acumulado cada vez que nos mojamos los labios que es imposible no dejarse seducir y más que beber, besar nuestra copa. Háganlo con entusiasmo.
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