Ahora que la paz

14 de octubre 2025 - 03:04

Comparto una especie de alegría universal por el final (aunque sea momentáneo) de la matanza en Gaza, yo que soy una especie de devoto del denostado Boabdil y prefiero una rendición antes que la continuación de la barbarie causada por tanto patriotismo desaforado. Cuando una idea tan fabulosa, o fabulada, como la dignidad de la nación se sobrepone en importancia a la de todos y cada uno de los que la componen, la consecuencia es la que hemos visto y seguiremos viendo en Israel y Palestina.

Pero al ver la pompa y circunstancia con la que tantos líderes, que hasta ahora parecían indiferentes a la tragedia de la muerte por miles, se reúnen para firmar una paz tan frágil, me pregunto si han hecho falta dos años de fuego asesino sobre niños inocentes, y si es necesario expresar la alegría bailando sobre los muertos.

La sonrisa de los líderes mundiales debería ser compensada con tanto gesto de contrición que quizá empañarían la celebración. Al gesto alegre justificado por el silencio de las bombas y el regreso de rehenes y presos tendría que seguir un masivo funeral por las víctimas en el que no habría bastante pecho para darnos golpes. Esta paz, por la que alguno quería un premio después de sostener con armas y palabras la lluvia de fuego, se ha construido sobre casi 70.000 vidas calladas para siempre de una de las maneras más inmisericordes e indiscriminadas que se recuerdan, y eso también habría que repararlo, si es que hay manera humana de hacerlo justamente.

De momento, sin embargo, celebremos el silencio de los estallidos y la detención de los chorros de sangre y lágrimas, como celebramos la tregua que nos dan los dolores inabarcables. Si durante varias mañanas ya la gente ha podido ver su sueño inalterado por las bombas, si miles han vuelto a su tierra, que no a su casa destruida, si parientes y amigos han podido reencontrarse pese a los escombros, si las familias israelíes han podido abrazar a sus hijos y hermanos secuestrados, si una buena cantidad de gente machacada está sintiendo ahora mismo un punto de esperanza, bienvenida sea la firma aunque la mano que la rubrica esté manchada.

Nadie devolverá el alma a los que han caído o han visto caer a su alrededor. Podemos, sin embargo, no olvidar su memoria ni sus penalidades; estamos obligados, sobre todo los terroristas de ambos lados, a reparar tanto daño. Pero no debemos renunciar a nuestro deber de juzgar a los culpables o, al menos, de no concederles la gloria de proclamarse vencedores ni aplaudir sus sonrisas mientras haya cadáveres sobre los que llorar. Y eso será siempre.

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