Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Elija usted una película de Netflix. O, mejor dicho, escoja cualquier noche el largometraje con el que encontrará el sueño o con el que se aburrirá a los diez minutos, porque hoy tenemos muy poca paciencia. La pandemia nos diezmó las barras de los bares, los manteles y la paciencia. No son los tiempos del Movierecord, cuando nos tragábamos cualquier film y se oía alguna vez un comentario insólito: “Fulanito se ha salido del cine y ha dejado la película a la mitad”. Las películas se aguantaban hasta el final, fueran plúmbeas, un ladrillo o lentas como el caballo del malo. Hoy nos deslizamos por el cuerno de la abundancia. Usamos y tiramos. Son llamativos los avisos al comienzo de la película: angustia, desnudez, tendencia al suicidio, consumo de drogas, riesgo de fotofobia... Dan ganas de salir corriendo. La advertencia de la desnudez, por cierto, suena a Colegio Mayor con menú de brócoli y manzana de postre. El puritanismo ha llegado para quedarse, como el tapicero a su ciudad. Pero nadie advierte de que en la inmensa mayoría de comedias y dramas siempre aparece una actriz echando mano de la botella de vino con la mayor naturalidad. En las neveras americanas siempre hay tinto, a veces ya abierto, otras veces asistimos a la apertura de la botella por la señora de turno a la que siempre extrae el corcho con gran destreza. Hay dos grandes curiosidades. Siempre es ella la que tiene que tomar vino por una necesidad imperiosa de relajación ante un entuerto. Y jamás lo bebe con una tapita. Ni un poquito de queso, ni una loncha de jamón, aunque sea de york, ni una aceituna. ¡A empinar el codo a palo seco, recién llegada del trabajo, con el bolso arrullado en el sofá y la botella por delante! La industria del vino debe estar untando por detrás lo que no está en los escritos, porque no es normal que el puritanismo no haya levantado la espada, ni que los nutricionistas de Harvard hayan advertido del mal ejemplo de meterle alcohol al cuerpo sin la escolta de algo sólido, lo que en muchas partes de Andalucía se llama un “empapante”. “¡Viva el vino!”, exclamó Rajoy con más gracia que Aznar. Salvemos el vino, tiene claro la industria del cine comercial. Cuando la reunión es de alto nivel aparece el caldo ya decantado. Pero hagan la prueba: cuenten la de veces que se bebe tinto en una de esas películas. Nunca es él quien abre la nevera para trincar el antioxidante. ¡Borracho! Siempre es ella. ¡Eso es distinción! Todo recuerda a cuanto contaban en aquellas añejas sesiones de Márquetin: las mujeres y los niños son los principales sujetos consumidores, por eso los perfumes están en la planta baja de los grandes almacenes y los juguetes en la última. Como si nosotros no usáramos colonias o no supiéramos descorchar botellas. Aunque a lo mejor el aviso de la “angustia” es por uno que yo me sé que la lía con el corcho cada vez que intenta abrir una botella de tinto cosechero. Acaba flotando. El corcho, claro.

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