Su propio afán
Política de proximidad
Su propio afán
EL martes leía la narración de la baronesa Blixen de un terremoto en Kenia y, casi simultáneamente, se registraba un terremoto de 4,2 grados en la escala de Richter en Paterna de Rivera, que es lo más parecido a la sabana africana que tenemos en la provincia de Cádiz. La casualidad se doblaba además en Destino, porque, arrastrado por el afán de emulación que provoca la buena literatura, estaba deseando un pequeño seísmo para probar la experiencia por mí mismo.
Aunque como fue el azar o el Destino y no la Providencia, que ésa no falla, el terremoto cayó un poco más allá, y se dejó sentir en Arcos, en San José del Valle, en Jerez e incluso en Sevilla. En el Puerto de Santa María, no.
O yo no me enteré. Mis padres contaban que, de recién nacido, viviendo en Sevilla, sí les desperté berreando por un terremoto, y bajamos a Reina Mercedes en pijama. Era un bebé (llorón) y no me acuerdo de nada. Luego, hubo un terremoto en Pamplona, cuando estaba estudiando allí, pero se enteró toda la universidad menos los de mi piso. Vivíamos en un primero, sito en un culo de saco (cul-de-sac), y el camión de la basura nos tenía hechos a los peores temblores. Ahora he vuelto a perder otra oportunidad. Pero no los quiero más grandes, de ésos que te enteras a la fuerza. Sueño con un tremor lírico, que no sepas si tiemblas tú de emoción o la tierra de lo mismo.
El que cuenta la baronesa fue de ese estilo, porque no lamenta pérdidas humanas y, siendo ella tan sensible, sería que no las hubo. Explica, y por eso me moría de envidia, que en la primera sacudida pensó que un leopardo había saltado al techo de la casa. La segunda réplica la achacó a su corazón tremulante, y se asustó. En la tercera, al fin, identificó que era un terremoto, y la embargó un sentimiento de alegría extraordinaria, repentina, incomparable… ¿El motivo de ese "placer colosal"? Comprobaba que lo más firme, lo que damos por inamovible, podía estremecerse y temblar por unos pocos segundos. Aquello le transmitía la más poderosa sensación de felicidad y esperanza. No lo dice y quizá ni lo sospechase, pero en ese sentimiento hacía una proyección literaria, porque sus breves cuentos contagian un entusiasmo igual ante la fragilidad de nuestros prejuicios, aparentemente inconmovibles. Provocan una sacudida -leve- que lo replantea todo. Y leerlos, mientras se vive o no un pequeño terremoto, resulta una incomparable conmoción.
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