de todo un poco

enrique / garcía-máiquez

Sístole y diástole

LA panacea contra el síndrome posvacacional parece ser que los que no tienen trabajo están mucho peor. Vaya remedio mezquino. Como consolar con los cánceres de esófago a uno que tose. Sí, claro, ya, desde luego; pero no es eso. Nos negamos a necesitar del mal ajeno para aliviarnos. Y, además, en el fondo, la melancolía de empezar a trabajar no es por volver, sino porque lo hacemos sin haber cumplido ni la mitad ni un cuarto de nuestros propósitos estivales.

Lo cual no tendría que sorprendernos. Lo dijo el gran Millôr Fernandes: "Todo proyecto que termine con un 60% realizado es un milagro"; y eso todavía le resultó, incluso con milagro por medio, demasiado optimista y precisó: "Todo proyecto es un fracaso". Al empezar las vacaciones la libertad se nos sube a la cabeza y nos proponemos cumplir uno a uno todos los sueños acumulados durante diez u once meses de horarios estrechos. Naturalmente, los días vuelan y los sueños no caben: al materializarse se solidifican, pesan más y ocupan mucho espacio.

Ahí está la auténtica causa del síndrome posvacacional y no en el trabajo, que todos agradecemos y valoramos tanto. La terapia adecuada sería explicar que la expansión -diástole- de los proyectos multiplicados está muy bien porque al final al menos algunos se cumplen o en parte mientras la vida aprieta como suele (sístole). Este movimiento de acaparar proyectos, planes, propósitos y aspiraciones; y luego ver que no es posible y renunciar a casi todos, para enseguida volver a empezar a acumularlos es el ritmo que riega nuestros ánimos y nuestros años.

Para la vuelta al trabajo, irremediable sístole, un consuelo: lo poco que cumplimos, por una selección natural, suele ser lo más importante. No me leí los siete tomos de En busca del tiempo perdido, pero jugué con mis hijos, por ejemplo. Gustavo Adolfo Bécquer quería hacer estos libros: Los mártires del Genio, sobre hombres célebres, Las Tumbas, sobre sepulturas de renombre, Un Mundo, epopeya sobre el Descubrimiento,etc. Seguramente le frustraría mucho no escribir ni una de esas obras grandiosas, pero ¿y qué? Nos dejó un puñado de poemas breves y unos cuantos cuentos… que nos siguen estremeciendo. No somos Bécquer, pero aun así lo mucho que no hicimos es nada y palidece ante lo poco que sí, que es lo que importa. (Sin contar con que la renuncia a un proyecto erróneo es un logro de primera.)

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