Yo te digo mi verdad

Secuestro en Mallorca

En lugar de apoyar las medidas de aislamiento para garantizarsu salud se han indignado porque a sus hijos los hayan confinado

El llamado 'megabrote' de Covid-19 en Mallorca está poniendo de manifiesto varias cosas, a mi modesto y asombrado parecer. La primera es evidente: aunque parece que estemos venciendo a los resistentes virus, si no se cumplen las medidas de precaución y prevención, el contagio es casi seguro, y tal cantidad de infectados nos dice con claridad que una gran cantidad de jóvenes no las cumplió. Lo cual nos lleva la siguiente conclusión, intuida por todos: la gran mayoría de ellos se entregaron a actividades que llevaban implícito el salto de altura sobre esas restricciones. Y a otra vuelta razonable del pensamiento: precisamente a esos viajes no se va para guardar las distancias, evitar los contactos o mantenerse serenamente prudentes.

Las noticias siguientes trasladan también a otra estupefacción: la reacción de algunos padres, no sé si muchos o pocos pero en cantidad significativa. En lugar de apoyar las medidas de aislamiento tendentes a garantizar su salud y la de sus amigos y familiares, se han indignado porque a sus hijos los hayan confinado, es decir por algo que se ha hecho con decenas de miles de personas en nuestro país durante el año y medio que dura la pandemia, y en caso de la más mínima duda.

He oído a progenitores calificar de 'secuestro' la situación en la que se ha colocado a sus descendientes, porque se les ha alojado en un hotel, y a otros describir su estado como si estuvieran en una prisión, tal vez imaginando para ellos sufrimientos sin fin y una condena digna de la que imaginan para irredentos del 'procés'. Tal vez ni ellos ni ellas, ni sus padres y madres, se pararon nunca a pensar en lo que debe pensar todo viajero cuando emprende su camino: que una vez que abandonas tu hogar todo puede ocurrir, aunque los riesgos que en este caso corren no se acercan ni por asomo a los de otros viajeros míticos, ni a los que sufren otros desafortunados que tienen que lanzarse a la aventura por necesidad.

Puedo comprender la inquietud que suscita una eventualidad no programada, acostumbrados como estamos a que la vida cumpla el corto programa que diseñamos para ella. Pero vista la 'penalidad' que los estudiantes liberados están pasando en Mallorca, mi diagnóstico de no especialista es que estamos construyendo un plan de existencia feliz en el que tendrían poca cabida las desagradables y algunas veces trágicas, pero inevitables, sorpresas que asaltan nuestro itinerario. Y esto no sé siquiera si alcanza la categoría de pequeño contratiempo.

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