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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Ratopín rasurado

TENGO una carpeta en mi ordenador llamada "Iconos" donde grabo las imágenes que quiero repasar y meditar. He guardado una foto del Heterocephalusglaber, el ratopín rasurado, por un motivo fundamental: es un bicho muy feo. Y eso tiene que tener una relación directa con su insensibilidad al dolor, que levanta la lógica admiración en una sociedad como la nuestra, hedónica hasta el extremo paradójico de vivir obsesionada con el dolor. En contra, claro, pero muy obsesionada.

No puedo tirar la primera piedra contra esa manía, lo confieso. El feísimo ratopín puede servirnos para recordarnos que, aunque el dolor es, en efecto, bastante incómodo y que mejor cuanto más lejos, resulta, a la vez, muy útil y necesario. El dolor es un sistema de alarma que nos avisa de que algo va mal. No se ha inventado alarma mejor. No es mérito mío haber llegado a esta conclusión, que me habría costado, habida cuenta de mi repugnancia al sufrimiento; pero en la familia de mi mujer unos lejanos tíos padecían una enfermedad que les hacía inmunes al dolor y aquello les provocaba enormes problemas prácticos y peligros incesantes. Podían estar quemándose con el brasero y no darse cuenta hasta que un olor indescriptible les avisaba de sus gravísimas heridas.

El ratopín vive en comuna como las hormigas, con una reina despótica, como en Alicia en el país de las maravillas, y seguro que esa anulación de la individualidad, propia de insectos, pero que está fuera de lugar en un mamífero, tiene que ver también con su extremada insensibilidad.

Su foto me servirá para no quejarme, y me vendrá muy bien. Dolores físicos no tengo apenas, aunque esos pocos, por míos, me afectan bastante. Espirituales, los tengo de sobra: antes nos dolía España y ahora nos sigue doliendo, pero con la globalización nos duele el mundo, pues nos enteramos de todo y al instante. No voy a hacer aquí mi lista de penas, porque no me cabría y porque el ratopín me ha enseñado, sensucontrario, a no dolerme del dolor.

Él, para compensar tan extrema falta de sensibilidad, no padece cáncer. Esa maravilla sí merece nuestra envidia. Los investigadores ponen en el pequeño ratopín rasurado enormes esperanzas. Supongo que a él, que ni siente ni padece, no le alegrará tampoco poder contribuir a la salud del ser humano. Es lo bueno que tiene la capacidad del dolor: resulta directamente proporcional a nuestra capacidad de amar y de alegrarnos.

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