DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Productividad

NADA más sentarme, el señor taxista apaga la radio y me expone una duda que le corroe. ¿Cómo es posible que España tenga unos índices tan bajos de productividad cuando somos el país donde los trabajadores echan más horas? Yo he cogido el taxi porque llego tarde a una conferencia, y no tengo los nervios para explicaciones económicas. Quizá por eso me lío con los insumos, los sustratos consumidos y la PFT. Pero no tanto como él, que se confunde de calle, da la vuelta, encuentra la calle, no, es la otra, ¿ésta?, sí, pero no a esta altura, hay que volver, debe de haber una rotonda, no aparece, se confunde nuevamente, y damos otra vuelta, nos topamos con el semáforo en rojo, etc. Cuando me deja, quince minutos más tarde y tres euros más caro, le digo: "Esto es un ejemplo perfecto de falta de productividad, ¿ve? Usted ha trabajado mucho más, indiscutiblemente, pero yo no he llegado a la hora y he perdido, además, dinero".

Con muchísima suerte, una alumna mía estará leyéndome. En clase se distrae copiando los apuntes de la hora anterior, que no sé qué le pasó. Luego me busca en su recreo, con cara de muy responsable y sacrificada, y me pide con esmerada educación que le explique lo que ya expliqué. Supone que me conmueve su interés por mi asignatura, pero olvida que es mi recreo también. Se trata de otro caso práctico, en definitiva, de productividad contraproducente.

Los casos se multiplican a poco que uno mire alrededor: desde los servicios de atención al cliente de las grandes compañías telefónicas hasta el muchacho que trae el pan (en teoría) cada mañana. Y no voy a poner más ejemplos, que luego mis lectores se dan por aludidos. Pero urge que comprendamos que estamos ante un problema social muy grave. Porque la baja productividad es contagiosa, como demuestra esa conferencia oída a medias (e interrumpiendo al conferenciante cuando entré) o este artículo, que pensaba corregir en el recreo y va al periódico sin un último vistazo.

Esto no lo arregla la reforma laboral. Pondrá más presión en los trabajadores, pero estamos ante un círculo vicioso de actitudes y aptitudes de todos, también de los empresarios, que piensan que cuanto más trabajen sus empleados mejor para la empresa. Y más bien deberíamos sospechar de quien echa más horas de las de su jornada ordinaria, porque es un síntoma de que no saca adelante lo suyo en condiciones normales.

No queda otra que examinarnos a menudo sobre nuestra productividad. Para que nadie diga, empezaré por mí y más, por este artículo. ¿Le ha compensado a usted el tiempo -que es oro- que ha invertido en su lectura? Cruzo los dedos.

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