Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Su propio afán
NO me quedé a ver la entrevista de anteayer de Rajoy. Me rajé. Y el dato, por muy personal que sea, deviene políticamente significativo. Dedicado en medio cuerpo y media alma al columnismo, mi deber era quedarme al pie del televisor. Me fui, sin embargo. Aunque, como digo, mi huida es un dato político. Mariano Rajoy presume de previsible. Yo le creo y, en efecto, por lo que leo en los periódicos, dijo lo de siempre. Y eso, que él vende como una virtud, no vende como gancho televisivo. Su nivel de audiencia, de hecho, no llegó a la mitad del programa de Albert Rivera y Pablo Iglesias. Se habla mucho para las próximas elecciones del viejo eje derecha-izquierda y del nuevo eje bipartidismo-emergentes; pero el eje que se avizora es el previsible-sorpresivo, donde Rajoy, por méritos propios, está firmemente instalado en un extremo. Para quien no quiera emociones, es el candidato ideal. Pero no es el entrevistado perfecto.
Hay otro motivo por el que no merecía la pena quedarse. El eje medios-medidas. El político que no ostenta el poder depende irremediablemente de los medios. Su estrategia tiene que ser declarativa y propositiva. Para dar una imagen de decisión y arrojo, arriesgarse a los debates es lo más que puede hacer. Pero cuando el partido de un líder dispone de mucho poder local, autonómico y nacional, su presencia mediática ha de modularse con medidas. El poder vuelve las palabras más volátiles, por contraste. Requiere que no hable la lengua, sino las manos, o que no lo haga sin las manos, al menos. Ni lo que se ha hecho -que ya se ha visto- ni lo que se va a hacer -que el poder real relativiza-, el político en ejercicio de la autoridad tiene que postularse con lo que hace. En presente.
Y a Mariano Rajoy se le ha presentado una ocasión extraordinaria. Jamás una crisis ha sido tanto una oportunidad. En su declaración institucional a raíz de la última chulería soberanista estuvo formalmente bien, pero siguió faltándole ese paso de lo declarativo a lo efectivo, de lo abstracto a lo concreto. Cuando dijo: "Pretenden saltarse la ley porque…", e hizo una pausa, me eché a temblar: ¿dirá que porque saben que nunca pasa nada? No. Añadió: "… porque saben que la ley no está de su parte"; pero ese temor mío también fue políticamente significativo. Más que entrevistas tenemos que entrever algo. Pocas veces han coincidido tanto la razón de Estado con el interés de partido.
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