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Con la venia

Fernando Santiago

fdosantiago@prensacadiz.org

Justicieros de patinillo

En el Carnaval sí vale todo; el que se sienta ofendido que reclame a la Justicia, y al que no le guste algo, que no lo vea

Cuáles son los límites del humor? Ninguno. O dicho de otra forma, los mismos que para cualquier otra expresión, sea artística o una mera opinión. Los límites del humor son aquellos que digan las leyes sobre protección de la infancia, el honor y la intimidad según establezcan los tribunales. La libertad de expresión existe para las opiniones minoritarias, discordantes o desagradables. Esa simpleza de “en el Carnaval no vale todo” es una pamplina del bienquedismo: sí vale todo, el que se sienta ofendido que reclame a la Justicia, y al que no le guste algo, que no lo vea. De las miles de coplas que se cantan cada año por agrupaciones legales e ilegales las hay de todo tipo, no es necesario que nos gusten todas, hay mucho donde elegir. Por ejemplo, el ABC la ha tomado con Martínez Ares por una letra antitaurina, le han llamado “comunista” que debe ser de lo peor que se puede decir a alguien. A Joaquín y a su mujer no les gustó lo que cantaba el cuarteto del Gago. Han arremetido contra una chirigota callejera porque ha cantado un cuplé sobre el incendio de Valencia. Ya se sabe que la comedia es tragedia más tiempo. Comprendo que haya gente a quien no le guste, basta con no escuchar, no es preciso mandar a la hoguera a aquellos que cantan una copla con la que discrepamos. Si se lo hicieran a ellos se escandalizarían. ¡Qué atentado a la libertad de expresión!. Las opiniones que abundan en la mayoría no necesitan la libertad de expresión. Digo lo mismo con los minutos de silencio: en lugar de hacer un minuto de silencio por una catástrofe fruto de la adversidad, mejor harían todos en hacer un minuto de silencio por todas las víctimas de Gaza, que esas sí se pueden evitar. Ni el alcalde ha mostrado su indignación ni Vera Luque ha insultado a nadie porque una chirigota vayan de suicidas cuando en España se quitan la vida 3.500 personas al año, otra se ríe de los discapacitados intelectuales, otras de la familia de Daniel Sancho, ni un solo adalid de las buenas costumbres ha dicho nada en las redes sociales, esa cañería por donde baja la maldad y las estupideces sin cuento. El alcalde, en lugar de solidarizarse con la alcaldesa de Valencia, que lo haga con los cinco vecinos de Cádiz que algunos inquisidores quieren linchar porque no les gusta lo que cantan. Un alcalde lo es antes que nada para defender a sus vecinos, a todos, a los que comulgan con sus puntos de vista y a los que no. Los justicieros de redes sociales que publican sus mierdas en Facebook o X como si a alguien les importarse un comino sus puntos de vista, ahorradnos vuestras peroratas, insultos y amenazas, dejad vuestras deposiciones en la barra del bar o en la comida con los cuñados. España es un país de torquemadas.

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