Su propio afán
Política de proximidad
Su propio afán
EL viento de levante sopla con muy malas ideas, pero no hay mar que por bien no venga. Deja la playa limpísima, porque arrastra hacia fuera todo lo que se le pone por delante. Con eso y el calor, da gusto bañarse. Incluso podían verse pececitos por la orilla, buceando. Pero no todo era tan idílico. Estaba lanzando a mis hijos al aire con todas mis fuerzas, para su regocijo explosivo y el espanto feliz de la madre, cuando sentí una punzada elegíaca (y muscular). No es que recordase que mi padre me lanzó así de niño -como haría-, sino que era una elegía futurista, prospectiva, preventiva. Supe, sin lugar a dudas, que éste es el último verano en que los rebolearé. Mis fuerzas menguan mientras sus kilos crecen. Dentro de muy poco -y un año es mucho-, habré pasado una línea de no retorno. La melancolía me arrastró con más fuerza aún que la resaca.
Me metí más hondo por la resaca, o las resacas, mejor dicho, y huyendo de mis niños, para recuperar un poco de resuello. El agua fría y el viento a ras de agua, levantándola, salpicando, y mi cansancio físico y la distancia de la playa y el murmullo multicolor de la lejana orilla me llevaron, qué bandazo, al pasado. Tuve un recuerdo muy vivo de que cuando practicaba deportes náuticos y me entretenía inmóvil en el agua recogiendo fuerzas.
Me reconvine de tanto ir de allá para allá, del futuro al pasado, sin dar tregua al sentimiento, de la premonición a la elegía y vuelta. ¿No soy capaz ya de disfrutar -me reñí- el puro presente, el agua clara, el viento ardiente, el sol total, los niños llamándome de lejos, las doce y media en el reloj? Como uno se disponga a disfrutar el presente, que es algo que recomiendo vivamente, acaba como T. S. Eliot: en el punto de intersección de ese tiempo presente con la eternidad, metido de lleno en sus Cuatro cuartetos. Porque el presente, si uno se fija en lo que permanece y no en lo que viene, venía y ya se ha ido, se llena enseguida de guiños a la eternidad. El instante es el único resquicio del tiempo para asomarnos a lo que está fuera del tiempo.
Hondo, alejado de la orilla, me vi (me imaginé) un punto (mi cabecita) de intersección entre dos líneas inmensas, una horizontal, paralela al horizonte, que va del lejano pasado al futuro incierto, y otra vertical que arranca en el instante presente y que, por pura intensidad de la percepción, se eleva hacia la eternidad y la acción de gracias.
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