Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Su propio afán
CUANDO preguntas a los de Madrid por su nuevo ayuntamiento podemita, te responden que apenas está haciendo nada, afortunadamente. Esa parálisis no sorprende a un gaditano lo más mínimo, como es lógico. Lo curioso es que en Madrid la celebran como un remedio, mientras que aquí la lamentamos amargamente. Mi estudio no es una estadística científica, sino una muestra aleatoria y -por hecha entre mis amigos- sesgada; pero, aun así, el contraste llama la atención.
La primera explicación no sale de los márgenes de la política. En Madrid la Comunidad Autónoma está en manos del PP y prácticamente se superpone al ayuntamiento, siendo una comunidad uniprovincial y casi uniciudadana. De modo que los madrileños disponen de dos administraciones paralelas. Lo que no haga una, lo hará la otra, más o menos. Incluso, si una se paraliza, sentirán un alivio. No debe de ser fácil cargar con dos gobiernos sobre los mismos hombros. En Cádiz no ocurre eso, sino que la Junta de Andalucía está en Sevilla y mirando, las más de las veces, para otro lado, puenteando a Cádiz, nunca mejor dicho. Si el ayuntamiento en Cádiz brilla por su ausencia, no se va a producir ningún relleno automático de autoridad.
La segunda explicación entra del todo en las procelosas aguas de la sociología, pero hay que intentarla. ¿No será que por aquí esperamos que sea el ayuntamiento el que nos solucione todos los problemas, mientras que en Madrid se conforman con que no entorpezca demasiado? Asumo el riesgo de generalizar, y pido disculpas a los que no entren en estas aproximativas categorías absolutas. En Madrid se quejan de los atascos y de que las calles están aún más sucias, pero lo ven como un precio asumible si el equipo de Carmena se está quieto o disperso o distraído con sus discursos y movidas.
A propósito de los discursos, hay una tercera explicación artística, en el buen entendido de que todas son complementarias. A los ayuntamientos podemitas se les va la fuerza por la boca, eso salta a la vista, y hacen propuestas a medias ridículas, a medias imposibles. Pero en Madrid no están acostumbrados a tan colorido espectáculo y entonces, por la novedad, se ríen un poco. Aquí, como teníamos el Carnaval y, sobre todo, la proverbial idiosincrasia de la tierra, estamos hechos de sobra y, como no sean declaraciones de verdad descacharrantes, tampoco las vemos tan divertidas, y preferiríamos hechos, para variar.
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