de poco un todo

Enrique / García-Máiquez

Hechos y desechos

EL desprestigio de la clase política es evidente, fue precedido por la desafección y va llegando al desprecio. El otro día coincidí en la estación de tren de Atocha con un puñado de ministros, ex ministros, alcaldes, diputados, y presidentes de comunidades autónomas que celebraban los felices veinte años del AVE. Los comentarios de la gente a media voz eran tremendos: primero, al verlos tan flamantes, rodeados de una corte de periodistas y una guardia de guardaespaldas, y luego al toparse en la salida con sus coches oficiales mal aparcados y entorpeciendo la parada de taxis.

Una de las causas más evidentes es la corrupción de algunos, pero no es la única. Están los privilegios de casta, más irritantes en época de crisis, y la ineficacia para resolver los problemas reales. Sin olvidarnos de su retórica hueca, tan pesada. Creo, sin embargo, que hay otra desatendida razón de fondo de enorme importancia: la sumisión de los políticos a lo que ellos llaman la fuerza de los hechos.

Cada vez que me he quejado en público y en privado de los incumplimientos del actual Gobierno de sus flamantes promesas electorales (subida de IRPF, facilidad de despido, merma del poder adquisitivo de las pensiones, el IVA a la vuelta de la esquina, los inesperados guiños últimos a los presos de ETA… ), he sido mirado con condescendencia por mis interlocutores, que me han replicado que no se podía hacer otra cosa porque los hechos son los hechos. A lo cual me quedo cavilando si, durante la campaña, el PP fue o tan ingenuo como yo o tan cínico como mis interlocutores.

Pero el fondo aún es peor. Si los hechos mandan, ¿para qué queremos mandatarios? Si los representantes de la soberanía popular representan más bien la ineludible mecánica de las cosas, que les paguen las cosas. Los gestos de todos los gobiernos democráticos con ETA (por una vía u otra) y su desprecio a las víctimas son una prueba inquietante de cómo, cuando no se pliegan a la fuerza de los hechos, lo hacen a los hechos de la fuerza. El caso es plegarse. Otro síntoma: nos aseguran que en el sistema autonómico no hay marcha atrás, como si fuese una ley de la naturaleza. ¡Pero tiene poco más de treinta años, y lo montaron ellos!

Los asesores de Ronald Reagan le aseguraban en cierta ocasión que no se podía hacer nada porque "esos eran los hechos". El presidente norteamericano les exigió: "Give me new facts", o sea, que le trajesen nuevos hechos. Eso es un líder. Según una definición básica, la política consiste en hacer posible lo necesario. La gran política consistiría en hacer real lo mejor. Y lo que tenemos ahora consiste en ir apechugando con lo que hay. El realismo es fundamental, y lo sabemos bien después del idealismo dogmático y voluntarista del zapaterismo, pero es fundamental para enfrentarse luego con la realidad. Para rendirse a ella, termina siendo tan nefasto como el dogmatismo bobo.

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