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LA tendencia electoral es el desmoronamiento del bipartismo. Es lógico, por las crisis superpuestas (económica, moral, de liderazgo) y porque nadie ha sacado tanto rédito del bipartidismo como los nacionalistas que lo sortearon (en los dos sentidos). Mejor que formar parte de una mayoría a la que subastan, ser la minoría que se rifan. La izquierda lo tiene resuelto, o por lo elegante, con UPyD, o grosso modo con IU. Los conservadores, no, aunque el PP deje tantos espacios yendo de centrista (sea eso lo que sea) y ejerciendo de socialdemócrata en lo fiscal y de progresista, con raras excepciones, en todo.
Lo ideal para la democracia -que funcionará mejor si representa realmente a los ciudadanos- sería un partido que recogiese con naturalidad los votos de esa minoría muy significativa de ideas tradicionales, que existe. Pero más a la derecha del PP nada arraiga, por una automática asociación con un franquismo nostálgico.
Si el filósofo Gomá, tan listo, ha fundado, medio en broma, medio en serio, el Partido de las Mayorías Selectas, inspirándose en el iPhone y otros accesorios de diseño; yo echaré mi cuarto a espadas, resucitando aquí el partido güelfo blanco. A él perteneció Dante y subyugaba a T. S. Eliot. Eran partidarios del Papa y de la autonomía de las ciudades, pero sin el cerril nacionalismo de los güelfos negros. Admiraban el Imperio por el que luchaban los gibelinos, si sometido a la autoridad papal.
Inmensas se me antojan las ventajas del güelfismo. Primera, los símbolos: su bandera sería la blanca de todos los contrarrevolucionarios. Su filosofía, el tomismo, nada menos. Nadie podría acusarle de franquismo, pues arranca de la Edad Media; y eso cortaría de una vez el nudo gordiano al cuello de la derecha española. Su europeísmo también estaría fuera de duda, aunque no por ello (somos güelfos, no gibelinos) se dejaría de practicar el patriotismo local, que ahora, con la globalización, no giraría alrededor de la Ciudad-estado sino del Estado-ciudad, o sea, de España entera. Centraría la cuestión política en lo trascendental, en la autoridad y en el arte de gobierno. Nos dejaríamos ya de bandazos a izquierdas y derechas, tan mareantes desde la revolución francesa.
Otra ventaja es que los güelfos blancos estamos hechos a la orgullosa minoría, a la digna derrota. Dante decía de sí que acabó siendo el único miembro de su partido. Yo voy por el mismo camino.
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