EL SEXTANTE DEL COMANDANTE

Luis Mollá Ayuso

Francisco de El Puerto, el primer emigrante en América

En busca del Pacífico. Se cumplen hoy 500 años de la partida de Sanlúcar de la expedición dirigida por Juan Díaz de Solís que fue devorada en parte por un grupo de guaraníes caníbales

El 12 de octubre de 1492, en el momento en que Rodrigo de Triana gritaba desde la cofa de la Pinta su famoso "tierra a la vista", dos coyunturas distintas se abrieron para lo que comenzaba a ser España; por una parte la primera pisada en aquella tierra recién descubierta por Colón, a pesar de que él mismo lo ignorara en ese momento, suponía el primer paso de lo que llegaría a ser un imperio en el que no habría de ponerse el sol. Pero es la segunda la que me mueve a escribir estas letras, porque aquella tierra descubierta que en principio se creyó una isla, pronto se supo un continente nuevo y, en definitiva, una barrera para acceder a las riquezas del oriente, las Indias, objetivo principal del errado viaje del Almirante.

Con la caída de Constantinopla a manos del imperio otomano en 1453, las rutas que traían a Europa las riquezas del oriente quedaron cerradas. Acostumbrada a las especias y a todo tipo de productos exóticos que llegaban de aquellas tierras descubiertas para occidente por Marco Polo, las noblezas europeas se aventuraron a buscar nuevas rutas, y en virtud de las disposiciones papales los portugueses comenzaron a bojear el continente africano mientras los españoles se lanzaban a surcar mares desconocidos rumbo al occidente. Al tropezar los nuestros con ese muro que hoy conocemos como América, los portugueses fueron los primeros en alcanzar el oriente. En 1513, cuando Vasco Núñez de Balboa descubrió un vasto océano al otro lado de América que hoy conocemos como Pacífico, el rey Fernando ordenó a sus ministros localizar el paso a ese mar a cualquier precio, y gracias a los muchos informantes que tenía en la corte de Portugal no tardó en saber que en el asentamiento de los lusos en Brasil sus navegantes habían descubierto el paso en lo que hoy conocemos como el río de la Plata.

En 1515, a poco de morir, Fernando el Católico ordenó aparejar en Sanlúcar una expedición de tres carabelas ligeras y 70 marineros, a cuyo frente puso al mejor de sus marinos: Juan Díaz de Solís, piloto mayor de Castilla desde la muerte, dos años antes, de Américo Vespucio. La expedición zarpó del pago de Barrameda el 8 de octubre de 1515, hace hoy 500 años, y tras tocar en Brasil costeó hacia el sur hasta adentrarse en un enorme estuario que no era otra cosa que la desembocadura de los ríos Paraná y Uruguay. Confundiéndolo con un brazo de mar de salinidad inexplicablemente baja, Solís lo bautizó como el mar Dulce, y decidió remontarlo en busca del Pacífico, pero la muerte de un despensero de nombre Martín García le hizo desembarcar en una isla para dar tierra al cadáver, isla que a fecha de hoy sigue ostentando el nombre del despensero fallecido.

Viendo un grupo de indígenas en la costa oriental Solís desembarcó con algunos tripulantes, pero nada más poner pie en tierra fueron atacados por los indígenas que inmediatamente los ejecutaron ante la mirada atónita del resto de la expedición, que observaron impotentes sus muertes desde las carabelas fondeadas. Los cadáveres fueron asados y devorados por los indígenas, que en un principio la historia identificó como charrúas, aunque, dado que estos no eran caníbales, pero sí sus vecinos guaraníes que vivían en la costa opuesta, últimamente se ha venido atribuyendo a estos el desgraciado atropello. Confundidos tras el espectáculo presenciado en el que habían perdido a su jefe, la expedición puso proa de regreso a España para dar cuenta de lo acontecido. Desde entonces el estuario del río de la Plata, que para los españoles era conocido como el mar de Jordán, pasó a llamarse río de Solís. La localización del paso al mar de Balboa y, por tanto, a las riquezas del oriente, seguía siendo un misterio.

Dos años después, otro espía infiltrado en la corte de Lisboa informó que una expedición portuguesa había encontrado en la zona a un grumete llamado Francisco del Puerto, al que los indios habían respetado la vida en atención a su edad. El joven marinero, natural de El Puerto de Santa María, dio información a los portugueses sobre importantes yacimientos de plata, por lo que estos bautizaron el estuario con el nombre que aún conserva a día de hoy: río de la Plata. Francisco fue interrogado por los portugueses sobre la posibilidad de remontar el río para llegar al océano Pacífico, sin embargo el espía no pudo concretar la respuesta del grumete, aunque los cartógrafos de Castilla llegaron a la conclusión de que, si bien el paso del oeste seguía siendo un misterio para los españoles, era probable que para los portugueses hubiera dejado de serlo.

Muerto Fernando y recién llegado a España su nieto Carlos, que no tardaría en convertirse en rey y emperador, un navegante portugués vino a reunirse con él en Valladolid. Nunca ha trascendido el secreto que Magallanes confió al joven rey, aunque son muchos los que sospechan que tal vez pudo mostrarle el misterioso mapa de Martin Behaim, del que sólo existían unos pocos ejemplares numerados que se llevaban a bordo de las expediciones portuguesas y los espías españoles buscaban afanosamente. Se consideraba que los portugueses habían plasmado en este mapa el paso al Pacífico, lo que movió al joven Carlos I a confiar en el navegante luso.

En su famosa expedición al Moluco en la que Juan Sebastián Elcano circunnavegó por primera vez la tierra, Magallanes hizo un alto en el río de la Plata donde desestimó que el paso pudiera encontrarse en aquellas latitudes. Pero antes capturó a unos indios y los interrogó acerca de Francisco del Puerto. Al parecer el joven se había asentado en la tierra como un indio más e incluso había mezclado su sangre con la de una indígena que le había dado varios hijos. Nunca sabremos en qué circunstancias se produjo, si ocurrió a su pesar o con su consentimiento, pero sin duda, Francisco, gaditano de El Puerto de Santa María, fue el primer emigrante español en una tierra que con el tiempo habría de acoger docenas de miles de españoles que hicieron de los países sudamericanos una segunda patria.

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