
Yo te digo mi verdad
Manuel Muñoz Fossati
Pequeñoburgueses
La ciudad y los días
En el documental Elvis Presley: buscador incansable que pueden ver en Movistar y les recomiendo como excelente retrato del que para mí (y muchos) es, con Sinatra, la mejor voz que ha tenido la canción americana y como magnífica historia de evolución de la música popular estadounidense en los años 50 y 60, Priscilla Presley cuenta que la primera vez que vio una actuación de Elvis en la televisión sus padres se quedaron horrorizados. Lo mismo les sucedió a muchos estadounidenses maduros que vivieron la era del swing y los crooners en los años 30 y 40, y se escandalizaron por la impregnación de la música negra que corrompía a los jóvenes blancos y la explicitud sexual de letras y movimientos.
Lo mismo pasó con mi generación cuando irrumpieron los Beatles o los Rolling y con ellos los grupos nacidos de las muchas ramificaciones del rock en Inglaterra y en Estados Unidos en los años 60. Es habitual que lo nuevo en modas y costumbres sea percibido como agresión a lo acostumbrado y establecido, sobre todo cuando se reivindica como alternativa radical a lo anterior. Ya en 1956 Chuck Berry lo dejó claro con su Roll Over Beethoven, en la que enfrentaba el R&R y el R&B a la música clásica (Roll over Beethoven / and tell Tchaikovsky the news. / The music will never stop).
Otra cosa es que el rechazo a lo nuevo no esté fundamentado en prejuicios, sino en la constatación objetiva (en la medida que el juicio del gusto lo pueda ser) de su poca o nula calidad musical y su ruidosa vulgaridad. Hace años que la música popular, industrial o masiva más oída es en su mayoría basura ruidosa. La constatación es fácil porque la cultura popular tiene los medidores objetivos de las ventas y las descargas. En las redes tienen las listas de los discos más vendidos año tras año y mes tras mes. En España, por poner como ejemplo el referencial 1968, entre los singles más vendidos estaban las eurovisivas La, la, la y Congratulations, pero también Hey Jude, Get on your knees, Soulfinger o Those were the days. Compárenlo con las canciones más descargadas hoy en España. Y saquen conclusiones. Sáquenlas también del reciente festival de Eurovisión que congregó hasta cinco millones y medio de espectadores en España y 180 millones en el mundo. “Promocionando –leo– la identidad europea en el mundo entero”. Si esta fuera nuestra identidad, estaríamos peor que en el siglo V.
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