Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Ultramar
Al final, después de tanto ruido, la cosa quedó en nada, como una especie de reedición eterna del parto de los montes. El plebiscito que quería y tanto publicitó Feijoo para estas recientes elecciones europeas no fue tal, por interpretarlo de manera benigna para las intenciones del PP, puesto que si se trataba de echar por la borda a Sánchez, los resultados no parecen avalar estas intenciones, puesto que se parecen mucho a los de los últimos comicios generales, con variaciones significativas pero no determinantes. Es decir, que el pueblo español aún no quiere por encima de todo echar al presidente, y este tampoco puede lanzar las campanas de gloria al vuelo.
El PP ganó, pero bien sabemos los periodistas que noticia es cuando sucede algo inesperado o no sabido, y en este sentido la noticia habría sido la victoria del PSOE. Quizá sea por eso por lo que el partido más votado en España ha querido convertir en plebiscitos sobre la gestión de Sánchez sólo algunas elecciones, es decir, las que pensaba que podía ganar, y de ahí sus nervios siempre al final de las campañas cuando vislumbraba que no lograría ese rechazo masivo. Nótese cómo no quiso darle ese carácter de refrendo a las autonómicas vascas, en las que no pronunció el “que te vote Txapote”, ni a las catalanas, en las que obvió el asunto de la amnistía, por cierto.
Vistas pues las cosas de casa como inalteradas, por mucho que ahora parezca haber muchos vencedores, toca volver la mirada a nuestra casa europea, y preocuparse por el ascenso de las fuerzas de ultraderecha. Pareciera que el viejo continente hubiera perdido la memoria, y es como si en Francia, Alemania o Italia no hiciera solo un suspiro de tiempo que ocurrió la gran tragedia del triunfo de las ideas nazis y fascistas, con el gran alud de desgracias sangrientas que para millones de personas supuso aquello.
No sé si es que la gente ha dejado de leer libros o de ver películas o es que a fuerza de verlas se ha llegado a pensar que esas historias de horror, persecuciones, campos de concentración y exterminios eran inventadas o material de ficción propio de las series televisivas, pero lo que da verdadero terror es hacer el recuento de los millones de votos que sus ideólogos, los que repiten aquellos mismos mensajes de odio con tintes proféticos, han logrado entre los europeos de ahora y sobre todo entre los jóvenes. En España al menos, no ha ocurrido lo mismo, pero eso sólo alivia un poco el espanto.
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