Con la venia
Fernando Santiago
Una de durse
DE POCO un todo
HEIDEGGER, preguntado por la postura corporal más idónea para pensar, recordó que los griegos meditaban echados de costado, y que a él, en la cama, antes de levantarse, le venían ideas interesantes. Yo, como es natural, le alabo el gusto a Heidegger y a los griegos. Es otro motivo más para emprender la reivindicación del domingo.
Falta hace. Queda supermoderno lo de la laicidad y tal, pero en cuanto desacralizamos algo se aja, pierde su encanto y funciona al revés. Miren los domingos de ahora, dejados de la mano de Dios y del tercer mandamiento. El sábado se ha convertido en el día grande de la semana, mientras que los pobres domingos se retuercen entre la resaca del mediodía y la macancoa de la tarde. Son coches-escoba, domingos de hipermercados abiertos y de gestiones domésticas retrasadas que se aproximan ostensiblemente a los lunes. De hecho, muchos los perciben como una inexorable cuenta atrás.
¿Qué se hizo de los domingos de antaño, sosegados e interminables? ¿Recuerdan aquellas mañanas para la meditación en la cama o los acogedores sillones, domingos para el desayuno con churros, para el periódico a fondo, para las comidas en familia, para las sobremesas en blanco y negro? Por supuesto, las tardes tenían su dorada aura melancólica y hasta su aburrimiento, pero es que aburrirse es muy saludable para la imaginación y la creatividad. Una postura del alma especialmente propicia a la inteligencia. Pasarse la vida corriendo para huir del tedio nos lleva de cabeza a la frivolidad y al atolondramiento. Sin algo de melancolía no hay belleza que valga.
Cada vez que puede Jon Juaristi se confiesa "poeta dominguero". A mí esa confesión me sentaba fatal, como si él menospreciara su obra lírica, que yo admiro tanto. Hasta que al fin he comprendido que ni mucho menos. "Poeta dominguero" es perfecto, porque es entonces cuando la vida nos da o debería darnos un respiro donde caben la meditación y la añoranza. Domingo es el día para quedarse tumbado, reflexionando, como los ociosos griegos.
Por eso estoy tan contento de escribir a partir de ahora mi columna también en este día. No es que tenga nada contra los miércoles, que es la jornada más laborable y concentrada de la semana, equidistante de la desilusión de los lunes y de la evasión de los viernes. Yo, hombre extremoso, me siento cómodo así, defendiendo el descanso los domingos y metido a muerte en el marasmo de los miércoles.
Como columnista, el domingo implica un reto especial: los miércoles por la mañana, en la cafetería de la oficina, cuando la alternativa es volver al trabajo, cualquier artículo parece imprescindible. Los domingos, cuando la alternativa es dar otra gozosa vuelta en la cama, antes de levantarse, o salir al campo, o ponerse un Alka-Seltzer, o mirar las nubes, la exigencia del respetable será otra y bastante mayor. A ver qué hacemos por los domingos en los domingos.
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