DNI canino

A los perros se les hace un DNI y a nosotros se nos ofrecen chips y llaveros para nuestros datos sanitarios

La nueva Ley de Protección y Derechos de los animales, que entró en vigor el miércoles pasado, obliga a sacarle un DNI a los perros y a los gatos. Esto merece tres o cuatro comentarios encadenados (con perdón).

Lo primero que sorprendería a los clásicos es que nos sorprenda lo de los papeles para los perros, y no los papeles para nosotros. Los ingleses, celosos de su régimen de libertades y de su estatus de señores de su castillo en su propia casa, se han resistido siempre como gatos panza arriba al DNI como tal, aunque sus gobiernos les van poniendo el cascabel poco a poco. Aquí, por otra parte, el DNI se las ha quedado corto y tenemos que ir, además, con distintos carnets de conducir, tarjetas, pases, recibos, resguardos, claves, códigos, papeles acreditativos de seguros, pasaportes covid y hasta una QR. Sin contar las cookies, los algoritmos y las geolocalizaciones, ya somos una gestoría ambulante. A los perros se les hace un DNI y a nosotros se nos ofrecen chips y llaveros donde llevar nuestros datos sanitarios. Hay una confluencia fácil de observar.

Antes de que me acusen de exagerar, un matiz. Entiendo que haya un interés público en acabar con el maltrato animal, especialmente odioso, y con el abandono de mascotas, tan inhumano. Ahí me encontrarán el primero. Pero hubiese bastado con mejorar el sistema de cartillas veterinarias y los chips de los gatos y los perros. En el regodeo en el cambio de nombre, que todo el mundo llama "DNI animal", acercando la nomenclatura de los papeles de los perros a la de los papeles de los ciudadanos, hay una intención o, como mínimo, una indicación. Se crea un reflejo de Pavlov y no precisamente en los animales. Éstos viven felizmente ajenos a la burocracia. Les fastidia que les pongan trajecitos y disfraces o que les traten como a los niños que no son con mimos que los sofocan. A los humanos, sí nos atañe, porque nos equipara de alguna forma, aunque sea subliminal.

Aún hay un último eslabón. Si hablamos de un documento de identidad en un humano, ese plástico sólo reconoce la identidad que se tiene por naturaleza. Pero si el documento es de un animal, que no tiene identidad propiamente dicha ni es consciente de tenerla, el documento la produce o establece. Es un cambio ontológico. Y contagioso: cunde la idea de que son los documentos oficiales del Estado los que conceden la identidad, además de la seguridad y los demás derechos.

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