
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Las estrellas dormidas
Su propio afán
El golpe a la democracia que supone la ley de amnistía nos lo están explicando pensadores y columnistas de todo el arco ideológico independiente. Me remito a todos, porque explican muy bien cómo se revienta el Estado de Derecho, aunque, por más que lo leemos, no terminamos de creérnoslo del todo. También lo explican a la perfección los mismos beneficiarios de la amnistía que han puesto de manifiesto, para reírse de los socialistas, que será un suma y sigue del desguace. Un bochorno.
A efectos jurídicos podemos concluir que ya no vivimos en una democracia homologable, sino en su cáscara. Lo bueno de no haber idolatrado nunca la democracia, aunque prefiriéndola sobre otros regímenes políticos, es que el hundimiento me fastidia, pero no me descorazona. Y para levantarme el ánimo, me recito lo de El tercer hombre de Orson Wells: “En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras, terror, asesinatos… Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!”.
Es una boutade, pero un consuelo, y de los buenos, porque es una exigencia. España habrá dado un bajón gordísimo en el escalafón de las democracias, pero eso no es una excusa para que nosotros dejemos de seguir creando con belleza y magnanimidad. Es lo que dicen al alimón Jordan B. Peterson y José María Nieto. “El mundo estará fatal, pero tú ordena tu cuarto”, que es una metáfora de que podemos sostener nuestra parcela de mundo con decoro y algo es algo.
No creo que la forma jurídica del Estado y la honradez de los gobernantes sea indiferente y, mucho menos, que una democracia a la Suiza resulte contraproducente para nada. Sí creo que hay una resistencia activa y una conciencia de la dignidad personal que es la que pusieron en funcionamiento los mejores espíritus del Renacimiento, y que ahí nos quiero ver ahora. No resignarnos ni un poco a las maniobras de Sánchez, pero tampoco usarlas como excusa para bajar los brazos y dar a esta sociedad y a esta nación y a nuestras vidas cotidianas por malbaratadas. Todas las resistencias, incluyendo la política y la jurídica, son buenas; pero no olvidemos las mejores: el Renacimiento, el desdén, la exigencia íntima, la verdad insobornable, la belleza indiscutible y el buen humor. Y darle cuerda al reloj suizo para la contrarreloj del cuco.
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