Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Su propio afán
"No escribo -mis inteligentes lectores lo habrán adivinado- para ellos, sino para mí", nos advertía Rafael Padilla a sus lectores menos inteligentes, que éramos los que necesitábamos el aviso. Iba yo tan metido en su artículo tan pesimista del otro día que lo pensaba escrito para mí y todavía más -en un ejercicio de vanidad implícita muy propio del lector embebido- para mí nada más. En legítima defensa, añadiría que no es tan raro: sólo lo que uno escribe para uno acaba interesando al uno que es cada cual. "Lo escrito para otro, para otro", reacciona, consciente o inconscientemente, el lector, haciendo un juego de manos que es un juego de palabras que es un juego de espejos.
Quiso mi buenísima suerte que, además, el artículo de Rafael Padilla se me cruzase, sigiloso y elegante como un gato negro, justo después de tirar a la papelera, tras muchas dudas, uno mío -¡con el rato que se echa escribiendo cualquier cosa!- y por el exacto motivo de que no estaba escrito para mí, sino para el eco y la galería. De modo que el artículo sobre el pesimismo de mi amigo y maestro terminaba afianzándome el optimismo y la confianza.
Así de complejo es todo, gozosamente. Uno (él) escribe un artículo sobre su incurable temor al futuro y eso consuela la mañana (más, la alegra) y fortalece el entusiasmo incorregible de uno (yo). Encima, el uno primero escribía (¡y hasta nos lo avisa a los más torpes!) para sí mismo, pero ipso facto toca el fondo del alma al segundo uno. Y más complejo todo todavía: resulta que un artículo mío escrito, corregido, medido, repensado y vuelto a repasar acaba en la papelera y eso, que apuntaba a drama, da pie a otro artículo (éste) que se escribe sólo, que no hace falta corregir, que entra en su medida por arte de magia y que mejor ni repaso porque así es la rosa, con permiso de JRJ. Lo que era un fracaso acaba en una facilidad y en una felicidad.
Descubrimiento que viene como anillo al dedo ahora que estamos rematando los balances del año que acabó y afinando los propósitos del que empieza. Cuántas cosas fueron para la papelera y cuántas para echarse a temblar asoman por el horizonte. Bien, vale, pero aprendamos de la anécdota. Los balances se balancean; los miedos son medios. Y no olvidemos que la vida es un gato (aunque sea negro y se nos cruce sigilosamente por delante) y que, como tal, tiene siete vidas y una elegantísima agilidad para caer de pie.
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