Su propio afán

enrique / garcía / mÁiquez /

Adiós a Elcano

Ayer despedimos al "Juan Sebastián de Elcano". La despedida, más que evento, es rito. Por su periodicidad litúrgica; y por sus vestiduras y gestos. Las velas, como pañuelos blancos; las estelas de los barcos de motor, como pañuelos blancos; las nubes, como pañuelos blancos. Y también es un rito por el sacrificio. La bahía de Cádiz se abre (nunca es más una mano entreabierta que cuando suelta a Elcano) y entrega al mundo el buque que guardaba en la apretada curva de sus orillas. El provinciano que llevamos dentro querría quedarse con él para siempre. El adiós es renuncia y purificación.

Entonces me pregunto qué es más de Cádiz, si Elcano con sus vueltas al mundo o el Vapor, ay tan vivo aún en la memoria, con sus idas y venidas del Puerto a Cádiz, de Cádiz al Puerto. Y me respondo como mis hijos, que se descuelgan sabiamente de mis secas disyuntivas: los dos. El Vaporcito era más sólo de Cádiz, como es obvio; pero no más de Cádiz. Elcano es "gaditano por los cuatro palos", como ha declarado el Almirante jefe de la Flota, Santiago Bolíbar, que es quien tiene la autoridad; y lo ha reconocido la Diputación de Cádiz, otorgándole su Corbata, el máximo distintivo de la provincia. Representa la Cádiz universal, al modo de Juan Ramón, que era el andaluz universal; y lleva Cádiz a Montevideo y a Boston, a Buenos Aires y a Río de Janeiro. Lo reconoce el Derecho Internacional y el buque es territorio nuestro surque los mares que surque, atraque donde atraque.

Alguien precisará que la soberanía es nacional y que Elcano no representa sólo a Cádiz, sino a toda España. Claro, pero no quita ni un ápice a su "gaditanidad" el que simbolice a la nación entera ni que lo sientan muy suyo los gallegos, donde recala, y los vascos, como es lógico, especialmente los de Guetaria, por derecho de nacimiento del titular. Dejemos las minucias y los compartimentos estancos a los nacionalistas. Lo pontevedrés no quita lo gaditano.

Que el rito sea a la despedida es bien elocuente. Hay una apología apoteósica de la universalidad de Cádiz cuando lo que se convierte en una fiesta es el hecho de que Elcano nos deje. Constatamos y celebramos que la bahía no es un pantano: se abre a todos los mares. Que la ciudad no se mira al ombligo, extasiada, estática: Cádiz se marcha -Elcano, un trozo de su corazón, un pedazo blanco de su skyline, un balcón volado- y volverá, y volverá a irse, y volverá, Cádiz.

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