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Es un canto, un abrazo para cuantos en el cruce por la calle te dicen, adiós, buenos días, buenas tardes... en prueba de amistad y de afecto. Y no pasan por tu lado como si fuéramos muñecos o una farola.
Digo a mis amigos: “Cuando yo me muera, no vayas al entierro, que yo no me voy a enterar”. Y al azar uno me contestó: “Lo mismito digo yo a mi mujer, que no me compre flores, que el dinero que se fuera gastar, me lo dé ahora y yo me lo gasto tomando unas cervezas con los amigos”.
La vida es un rato en la Tierra, a unos le dura más y a otros menos. La despedida de Sócrates fue de antología. Condenado a muerte en la legendaria Grecia por enseñar a sus alumnos que en vez de estar siempre pensando y recreándose en utopías, en pronósticos, augurios y soflamas creencias recibidas como dogmas, procuraran ejercer sus propias virtudes: amistad, trabajo, solidaridad… Rodeado de sus alumnos tenía un vaso de cicuta en las manos para beberla y así morir. Les decía: “No lloréis por mí, estar alegres porque solamente va a suceder que mi alma se separe del este cuerpo y mi alma es inmortal”. Ese fue su adiós, adiós de esperanza y de generosidad. Pues eso, el adiós es en verdad un “hasta luego” cuando nos veamos allá arriba.
El adiós puede ser, como dice el diccionario, como una sorpresa para evitar un daño y como todos lo entendemos, como una despedida. Sobre todo para con aquellos con quienes hemos convivido, a quienes amamos o con quienes estamos estrechamente ligados con afecto e ilusiones. Que no es lo mismo decir adiós amigo, volveremos a vernos, que adiós saborío, malaje, que te pierdas para siempre, que no te quieren ni los gatos.
En el pueblo todo el mundo se conoce o casi todos y es muy normal y hasta de educación decir buenos días, buenas tardes, adiós... Se nota cuando es un forastero y pasa por tu lado sin decir nada. El adiós es una señal de afecto, de amistad.
Si yo supiera que éste es mi último artículo, después de estar escribiendo un largo periodo de años, hasta cuando el Diario era de hojas grandes que llenábamos los domingos entre unos cuantos, os diría un adiós lleno de amargura. Tengo tantos amigos desconocidos que el adiós tendría que ser más largo que la calle Ancha gaditana. Pero, a pesar de mis años, confío en que no sea el último y que la semana que viene vuelva a escribir ‘Mi Corredera’. Por otra parte, os digo que yo procuro no ser pesado ni tostón, solo comentar las cosas que pululan entre nosotros cada día o cada semana.
Ahora solo hablaría del Carles Puigdemont de las narices. Pero lo dejo estar con su flequillo a ver si encuentra otro trastero de coche para largarse a la Conchinchina y así quitarse de en medio. En general yo no entiendo por qué a los de izquierda, como éste, se les llama progresistas y a los otros de centro o de derechas, conservadores, y aún peor, fascistas. Pero ese es otro tema.
P.D. Así que hoy a todos los que me leéis, un saludo, aunque no os conozca. Un adiós, hasta luego, un adiós de amigo y de corazón.
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