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Acabada la lluvia, la ropa vuelve a tendederos y azoteas. Los cordeles cobran vida y el viento, ya más calmado, regresa para zarandear las prendas, airearlas y secarlas. Ya es sabido que la ropa tendía es sinónimo de cotilleo, de entrometimiento, de acercar el oído para escuchar disimuladamente, o no, y por tanto de precavidos silencios. Pero lo que pocas veces hacemos es escuchar a la ropa. Porque la ropa habla mientras las pinzas la sujetan y la equilibran. Más que hablar, la ropa tendía cuenta, incluso a veces grita. La ropa descubre los gustos de sus dueños, los colores preferidos, la pasión o la despreocupación por la moda; la ropa relata si quienes la tienden son deportistas o sedentarios, si trabajan de uniforme o con estilo informal; hasta susurra, por lo bajini, con qué manta se dan calor o qué amor esconden sus sábanas. Todo un lenguaje de signos, un diálogo entre ventanales que no disfrutan, por ejemplo, quienes tienen secadora.
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