Ramón Sánchez Heredia

En defensa de Juan Carlos Jurado

Tribuna libre

En el ámbito cofrade, el menosprecio o el insulto no tiene cabida, como ha hecho Vera–Cruz

02 de junio 2024 - 00:30

Escribo esta carta porque creo que hay que hablar, me niego al silencio generalizado. Podrán decir que no soy ecuanime, pues soy su amigo; es verdad, no lo escondo, desde tiempos de Salesianos. Y no entro en ningún fondo de ningún problema, entro en algo también fundamental, las formas.

Me voy a referir a un adjetivo que considero un insulto o por lo menos un menosprecio, y que me hace preguntarme si esto tiene cabida en la comunidad cristiana. Para mí, no.

Nadie debe ser menospreciado o insultado, con publicidad además, pero especialmente en el ámbito de órganos eclesiales Me estoy refiriendo al uso en un medio de comunicación del adjetivo calificativo de “escabroso” por parte de la cofradía de Vera–Cruz contra Juan Carlos Jurado, presidente del Consejo de Hermandades y Cofradias de Cádiz.

El significado oficial de escabroso es “áspero duro, de mala condición, peligroso, que está al borde de lo inconveniente o de lo inmoral”. Esto dicho por un hermano mayor de Cádiz, el de la cofradía de la Vera–Cruz, y además miembro de la Delegación Diocesana de Hermandades y Cofradías, supuesto órgano superior al Consejo Local.

En un ámbito cofrade, menosprecio o insulto a nadie. Esto no puede ser un progrma de televisión o el Congreos de los Diputados. Si antes, el mundo cofrade era conocido por las formas, esto es no conocer las formas.

El Consejo Local esta formado por los hermanos mayores y el presidente es de la permanente, un órgano que está para gestionar los acuerdos de los plenos de hermanos mayores. Ahora resulta que el presidente es menospreciado por un hermano mayor de esa asamblea, y eso es algo reprobable, cuando no intolerable.

Sumo y sigo: un hermano mayor debe de tratar con suma delicadeza a sus hermanos, es el servidor máximo dentro de la cofradía, como bien dijo el anterior arzobispo emerito de Sevilla, Juan José Asenjo, en una charla en el convento de San Francisco.

Pero es que resulta que este hermano mayor es también miembro de un órgano elegido por el obispo, se supone para un servicio a la Iglesía a través de los cofrades, no como poder y mando ni galardón alguno.

El mensprecio o insulto, por tanto, parte de un miembro de la Delegación Diocesana a un subordinado, el presidente del Consejo Local. Y los recursos que se hagan respecto a un cargo, el de hermano mayor, caen en otro cargo de esa misma persona, como miembro de la Delegación. Parte y juez. ¿Qué dice ante esto la Delegación? ¿Asume todo lo que diga uno de sus miembros?

Todo esto es en el fondo por un asunto de dinero, lo cual es vergonzoso. Se saca fuera, cuando se tendría que haber negociado y buscado un acuerdo de forma discreta. De hecho, sé que alguna propuesta hubo, no aceptada por la cofradía. Como también sé que se buscan influencias superiores.

Charlando con un digno y experimentado sacerdote de esta diocesis, recordó un dicho de san Agustín: “unidad en lo esencial, libertad en lo accidental y en todo caridad”.

Caridad no es el menosprecio, ni el estar por encima, ni nada parecido. Este problema se desestima, antes que nada pidiendo perdón a Juan Carlos Jurado, quien no se merece este trato después de tantas horas de servicios a las cofradías, incluso enfermo; podrá haber hecho bien o mal, como nos ha pasado a todos cuando hemos estado de hermano mayor.

Lo que está ocurriendo con Vera–Cruz aboca, además, a un problema que muchos habíamos anunciado en el pleno; no se puede ser miembro del pleno de hermanos mayores y de la Delegación Diocesana. Ahora queda claro.

Ni yo era insustituible como hermano mayor, ni Juan Carlos lo es como presidente, ni lo son el delegado diocesano ni los miembros de su delegación. Por eso, señor hermano mayor de la querida hermandad de la Vera–Cruz, piénselo; una disculpa y una dimisión no es perder, es saber salir de un atolladero. Hay otros muchos sitios desde los que servir a la Iglesia con humildad y caridad.

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