Los recuerdos son retales de la memoria que alguna neurona con mando en plaza activa en determinados momentos mientras otras se encargan de hilarlos para mostrarlos cosidos entre sí cuando más se necesitan. No es, evidentemente, una afirmación científica, pero sí es la estrategia a la que el ser humano se agarra, de manera voluntaria o involuntaria, para sobrevivir a esas situaciones de la existencia que nadie desea que lleguen pero que se convierten en inevitables cuando la vida alcanza su límite infranqueable. Hay recuerdos tangibles, como fotos, películas, objetos o lugares, pero hay recuerdos tan valiosos que solo se almacenan en el armario de la memoria, esos caprichosos retales que duermen en un rincón pero que despiertan con un cruel zarandeo. Activemos el modo avión cuando surquemos el cielo, pero pulsemos la tecla del modo recuerdos cuando estemos en la tierra para que no lleguen cuando ya no se pueden compartir.

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