El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

Las gafas de John Lennon, la boina del Che Guevara, el bigote de Freddie Mercury, el piano de Elton John. No hay icono sin seña de identidad. Eso lo sabe Pablo Iglesias quien, tras renunciar a la política, se ha despedido de su inseparable coleta, aquella que le valió el apodo de El Coletas. El estilismo british a lo Hugh Grant en los 90 que lleva ahora no me convence; tampoco es que lo hiciera la coleta.

Con una pandemia mundial y los problemas que tiene el país, es una frivolidad dedicarle tiempo y espacio a hablar de la coleta de Pablo Iglesias. Pero, como es sabido, el ser humano no siempre se centra en lo importante y muchas veces opta simplemente por lo interesante, motivo por el que los medios de comunicación recogen chascarrillos, tontunas e irrelevancias. Personalmente me satisface que, de manera excepcional, el tema de conversación no sea el vestido de esta o aquella actriz, o sus operaciones de cirugía estética, sino que se hable de un hombre. Resulta un servicio a la causa feminista de agradecer al ex vicepresidente del Gobierno, en la línea de su discurso.

Nada de lo que hace Pablo Iglesias desde hace justo una década, cuando el 15 de mayo se constató en España la indignación y el hambre de cambio que él supo surfear con arte e inteligencia, es inocente o irreflexivo. Su apariencia fue, y es, un asunto sobre el que se le preguntó repetidamente. En 2014, por ejemplo, a Jordi Évole le dijo que se había quitado el piercing de la ceja porque se lo pidió "el equipo de campaña de las narices". "Estas cosas las tiene uno que asumir y no me gustan nada".

Iglesias es, aparte de unos de los políticos españoles con mayor impacto en la última década, un especialista en comunicación. Sabe muy bien -al menos dos veces ha citado a George Lakoff en el Congreso de los Diputados- que el enmarcado (o framing en inglés) es un fenómeno que altera el modo de ver del público. Sabe que vestir de un modo u otro ("la estética es una manera de transmitir un mensaje", le dice a Évole en esa entrevista), vivir en un sitio u otro, dejarse ver con uno u otro... todo suma en nuestra imagen pública.

La foto no es una pillada de un paparazzi, por supuesto. Iglesias cedió la foto a Pedro Vallín, de La Vanguardia. Fue tomada por Dani Gago, el fotógrafo oficial de Podemos. Posa con el libro Me cago en Godard del propio Vallín, se la envía a éste y, supuestamente, el periodista le pide si puede publicarla. Su corte de pelo no tendría importancia si el protagonista no hubiera querido hacer de su apariencia, un símbolo. Y lo cierto es que Pablo Iglesias sí lo ha querido. También ha fallado a veces, como con su nueva casa.

La política es el ámbito en el que se dirimen temas relevantes de la vida pública, pero también es espacio de juego de símbolos y celebración de ritos. Entre otras cosas, Iglesias demuestra con este 'corte de coleta' ser gran conocedor de la fuerza de esos ritos y símbolos. Un minuto de silencio por su coleta.

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