Cultura

La voz de la sangre

Compañía: Vortice Dance Company. Autor: basado en la novela de Bram Stoker. Dirección y coreografía: Cláudia Martins y Rafael Carriço. Dirección técnica: João Neves. Bailarines: Cláudia Martins, Rafael Carriço, Jorge Liborio y Maria Diogo, entre otros. Música: Wojciech Kilar, Philip Glass, Rachmaninov y Lou Reed. Escenografía, videografía y diseño de sonido: Rafael Carriço. Iluminación: Luis Paz. Vestuario: Claudia Martins. Día: 8 de junio. Lugar: Gran Teatro Falla.

La fascinación por el mito de Drácula se sostiene en torno a la sangre, en su concepción tanto física, como metafórica, de líquido vital. Beberla, ya sea en sentido literal -como todavía llevan a cabo algunas comunidades ancladas en sus ritos ancestrales- o simbólico, como en la religión cristiana -sin entrar en la polémica de la transubstanciación- constituye una ceremonia en la cual se pretende añadir más vida a la vida. A partir de aquí, el vampirismo representaría una perversión del ansia de inmortalidad por parte de quien pretende saltarse el tránsito ineludible y cuya soberbia se castiga con una eterna muerte en vida. Pero es precisamente esa rebeldía contra el orden natural lo que nos fascina, junto con ese retrato de abyecta maldad que refleja la bestia cruel que habita en lo más recóndito de nuestras almas.

Todos estos significados -o significantes- brotan o resurgen una y otra vez en la inquietante propuesta de esta compañía portuguesa, en la que todos sus caminos, tanto estéticos, dentro de una sobria elegancia, como interpretativos, conducen hacia un desasosiego común no exento de cierta saudade o melancolía. Entre los primeros, la iluminación y el sonido -tanto la música, como la palabra o la onomatopeya- junto con una sencillísima escenografía, crean una apropiada atmósfera de terror gótico cuyos códigos reconocemos de forma paradójicamente grata. El colofón en el plano plástico lo aporta un fascinante vestuario que refleja diferentes matices de la nocturnidad y la alevosía. Por su parte, la coreografía -perfectamente ejecutada por todo el cuerpo de baile- ha sabido aprovechar todos los recursos de lo clásico y de lo contemporáneo, con apoyo de elementos circenses, en la recreación de la angustia o la consternación, con vueltas de tuercas que torna pavoroso el delicado baile en puntas, en angustia la expresividad corporal y en terror, la acrobacia. Sin embargo, flota en el aire un cierto amargor y no precisamente por el tema, sino quizás porque no termina de quedar clara la intencionalidad última del espectáculo; no ocurre así con sus fuentes que fluyen, no sólo de la novela de Stoker, sino de película dirigida por Coppola de la que toma prestada su banda sonora a cargo de Kilar, junto con composiciones de Glass a partir de la versión de 1931 con Bela Lugosi. Pero, con todo, el montaje no termina de encontrar su propia desembocadura. Al mismo tiempo, decepciona la distribución de los diferentes fragmentos, algunos tan brillantes o sorprendentes, dentro de una tónica general de calidad, que predisponen al "más difícil todavía". Por ello, como se olvida que en la escena "a buen fin no hay mal principio" y que no hay posibilidad, una vez más, de alterar el orden de los factores, este Drácula nos deja llorando sobre sangre derramada.

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