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Cultura

Una vida ejemplar

  • Páginas de Espuma reedita en un solo tomo las memorias de Julián Marías. Es el retrato sopesado y veraz de lo que ha sido la vida española desde 1931 hasta 1989

Al tiempo que se celebraba un Congreso Internacional sobre su figura en Madrid, la editorial Páginas de Espuma ha reeditado en un solo tomo (espléndidamente: sólo se echan en falta las fotografías) los tres que componen las memorias de Julián Marías (1914-2005).

Prosigue así, esta benemérita editorial, punta de lanza en la edición de libros de relatos, con el rescate de libros de recuerdos olvidados o difíciles de encontrar aun en librerías de lance o dedicadas a libros antiguos. Porque, aunque la edición original de Una vida presente no llegue a los veinte años (el tomo primero se editó en 1988 y los dos restantes en 1989), encontrarla completa es misión casi imposible. Algo que viene a sintetizar el rasgo que caracteriza a la obra toda de Julián Marías: el interés real de los lectores casi nunca ha coincidido con el interés oficial que se le ha dado (en vida, quienes fijan los cánones siempre lo postergaron, se sentían incómodos ante un filósofo que sólo se casó con la verdad, nunca con tantos Agamenones, y sobre todo porqueros, como hay por ahí; una vez fallecido, sólo los afanes editoriales como este pondrán a Marías al alcance de los nuevos lectores).

Una vida presente es, sin género de dudas, el mejor libro de memorias del siglo XX publicado en España. Ahora que está tan de moda la llamada "memoria histórica", recomendaría a todos los que se sientan concernidos por ella que lean esta obra. Quizá no exista un retrato más acabado, sopesado y veraz de lo que ha sido la vida española desde 1931 hasta 1989. Y digo 1931 porque es en ese año cuando Marías accede a la vida adulta. En estas páginas se asiste a la ilusión, y luego la decepción, que trajo la Segunda República, a la politización exacerbada que precedió a la Guerra Civil española, esa "exageración" como la calificó siempre. Se asiste al desarrollo de la Guerra (Marías fue soldado republicano, sufrió el largo asedio de Madrid, vio las atrocidades que se cometieron), a su desenlace (en el que un joven que aún no llegaba a los 25 años escribe unos editoriales para ABC de Madrid, recientemente recogidos en libro por Helio Carpintero, tan ponderados y reconciliadores que sorprenden por el momento y el lugar) y a la larga postguerra. Esa larga postguerra en la que Marías fue preso, no pudo enseñar (su vocación, junto a la de escribir) ni publicar en periódicos hasta 1951, pero en la que, pese a todo, dio clases particulares, tradujo y escribió libros capitales en su producción. A Marías le irritaba profundamente que hablaran del "páramo" intelectual para referirse a esos años quienes luego han escrito la historia a su antojo, porque sabía como nadie lo duro que fueron esos años, duros sí, pero no baldíos: él contribuyó con su obra a que la vida intelectual española, la vida, no quedara totalmente interrumpida. Sabía, de primera mano, lo inigualable que había sido en el primer tercio del siglo XX y no podía permitir que eso se perdiera. Y no se perdió: no fue como pudo haber sido, claro está (porque, en condiciones normales, por ejemplo hubiera sido el sucesor de Ortega en su cátedra, no un oscuro numerario del Opus que nadie recuerda), pero él y unos cuantas figuras más de su generación contribuyeron a que la vida española continuara, sentando las bases para una Transición que fue modelo (y de los errores de ésta, no precisamente los que ahora se subrayan, alertó sin cansancio).

Junto a todo esto, que no es poco, Una vida presente traza de manera límpida, con la magistral transparencia que da el tono de su prosa, la vida personal, larga y fecunda, de una rara intensidad, de este hombre: su pasión por su mujer, Lolita Franco, su indomable vocación de veracidad, su afán de trabajo (publicó más de ¡setenta libros!: estamos hablando de un filósofo, no de un columnista), su ingenuidad pese a los años y las malas experiencias. Unas memorias para las que los párrafos de una reseña siempre se quedan cortos.

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