‘Victoria’: un viaje a la vida en un Berlín dividido

Paloma Sánchez-Garnica recorre los escenarios de la novela que le valió el Premio Planeta, una obra que recrea la dolorosa supervivencia de los ciudadanos alemanes en la Guerra Fría.

El placer de leer la Historia

La escritora Paloma Sánchez-Garnica, en los exteriores del Museo de los Aliados de Berlín.
La escritora Paloma Sánchez-Garnica, en los exteriores del Museo de los Aliados de Berlín. / Javier Ocaña
Braulio Ortiz

06 de julio 2025 - 06:31

En una de las fotografías que recibe al visitante en el Museo de los Aliados de Berlín, personas de todas las edades –ancianas, mujeres, niños– se agolpan en la acera mientras otros chavales contemplan el desfile que avanza por la carretera subidos en una montaña de ruinas que un día, antes de la destrucción que trajo la guerra, conformaron un edificio próspero del que hoy sólo quedan dos pilares levantados en la nada. Es el 4 de julio de 1945, y las tropas británicas entran en la ciudad, pero en los rostros de los asistentes no se advierte el alivio o la esperanza, sino una gravedad imprecisa que se debate entre la resignación, la tristeza, quizás la culpa.

Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) se detiene conmovida ante esa imagen: ese paisaje humano le recuerda a los personajes de su último libro, la novela que le valió el Premio Planeta, Victoria. Una obra que abarca desde 1946 hasta 1964 y en la que la autora –que también se desplaza en otra parte de la trama a los EE UU– reconstruye, a través de los personajes de Victoria, su hermana Rebecca y la hija de la primera, Hedy, las durísimas condiciones de vida que afrontaron los alemanes durante la Guerra Fría. “Son personas como cualquiera de los que estamos aquí”, aseguraba la narradora hace unos días sobre ese retrato colectivo, esa estampa de la desolación, que preside una de las estancias del Museo de los Aliados. Personas arrastradas por el curso fatídico de la Historia, señaladas tras la larga noche del nazismo, que intentan “restablecer los principios morales que han sido retorcidos” pero también recomponerse a sí mismas y levantarse en un panorama terrible marcado por la escasez y la vergüenza. “El invierno que va del 46 al 47, por ejemplo, fue uno de los más duros del siglo XX. La gente buscaba desesperada algo que le valiera para calentarse”, expone la madrileña, que con esta ficción quería plasmar el drama de “una ciudad herida y abierta en canal que trata de sobrevivir”.

En el Ayuntamiento de Schöneberg, donde Kennedy pronunció un discurso.
En el Ayuntamiento de Schöneberg, donde Kennedy pronunció un discurso. / Javier Ocaña

Victoria, la heroína del título, es una científica capaz de diseñar un complejo sistema de cifrado de mensajes, pero subsiste cantando en un cabaret y recurriendo en momentos críticos a la prostitución. “Para sobrevivir, pero especialmente para proteger a tus seres queridos, eres capaz de cualquier cosa. Nosotros no hemos conocido una situación así aunque hayamos pasado una pandemia, pero Victoria utiliza sus talentos, tanto su voz como su cuerpo, para llevar un abrigo a su hija o conseguir una pastilla de jabón. Si te tienes que meter la dignidad en el bolsillo, para que los tuyos salgan adelante, sencillamente lo haces”, sostiene la escritora.

Sánchez-Garnica, que con Victoria cierra una trilogía ambientada en la capital alemana que completan La sospecha de Sofía y Últimos días en Berlín, visitó esta semana acompañada de un grupo de periodistas españoles algunos de los escenarios vinculados a su última novela. Un recorrido en el que la Iglesia de la Memoria y el templo dedicado al Kaiser Guillermo, que se dejó sin reformar tras ser bombardeado, se erige como un recordatorio de la guerra. “Es algo que admiro de los alemanes, que no intentan borrar su pasado, que se agarran al recuerdo. Vuelven a los momentos oscuros de su Historia, como en el Museo del Holocausto”, opina la novelista, que entre los enclaves representativos de la Guerra Fría recorrió la Potsdamer Platz, el lugar donde se instaló el primer semáforo de Europa y hoy todo un despliegue de la mejor arquitectura, pero un triste páramo en los años de un Muro que empezó siendo una alambrada y fue “cada vez más alto y con más obstáculos para que la gente no saltara. Una sensación de cárcel para los que se quedaron en el lado oriental”.

Ante la RIAS, la radio en la que trabajaba la protagonista del libro.
Ante la RIAS, la radio en la que trabajaba la protagonista del libro. / Javier Ocaña

Entre los espacios en los que transcurre Victoria está también la Karl-Marx-Allee, que en la década de los 50 llevó el nombre de Stalin, y donde la República Democrática de Alemania construyó lujosos apartamentos, “palacios obreros” como promesas de un tiempo más favorable. “Muchos de esos pisos eran otorgados como regalo a quien delataba a algún vecino a las autoridades”, cuenta Sánchez-Garnica, que aloja en estos complejos a Rebecca y su sobrina Hedy.

"Algo que admiro de los alemanes es que se aferran al recuerdo, no intentan borrar su Historia"

Del antiguo aeropuerto Tempelhof partieron los aviones que respondieron al bloqueo de Berlín, el puente aéreo que se desarrolló entre 1948 y 1949, y que abastecieron de víveres a la población en contra de la voluntad de Stalin. Ahora, Tempelhof se ha convertido en un parque destinado a grandes eventos y exhibiciones deportivas, y un monumento, el Rastrillo del Hambre, rememora aquel episodio de la posguerra, aunque el lugar sigue citándose con la Historia: actualmente acoge a refugiados en sus instalaciones. Un avión Hastings que participó en ese puente aéreo se exhibe hoy en el Museo de los Aliados, adonde llegó en una aparatosa operación trasladado por un colosal helicópero.

El Ayuntamiento del distrito de Schöneberg, donde el 26 de junio de 1963 el presidente de los EE UU John F. Kennedy pronunció un legendario discurso en el que se proclamaba “berlinés”; y el Puente de Oberbaum, que sirvió de frontera entre el Berlín oriental y el occidental y con un importante papel en el desenlace de Victoria, son otros de los lugares en los que la autora explicó algunas de las claves de su libro.

La autora en la Karl-Marx-Allee, otro de los escenarios de la novela.
La autora en la Karl-Marx-Allee, otro de los escenarios de la novela. / Javier Ocaña

Inspirada por los capítulos que repasa su obra, Sánchez-Garnica reflexiona sobre el ambiente bélico que ha vuelto en la actualidad a las portadas de los periódicos. “Yo creo que la guerra es un runrún que nunca termina de apagarse, que a veces está más tranquilo y que ahora es como un chillido”, lamenta, antes de manifestar su perplejidad. “En la época de Victoria había dos bloques claramente diferenciados: el capitalismo, la libertad y la democracia, frente a un sistema socialista, comunista, con un partido único. Pero ahora es todo realmente confuso, difícil de catalogar. ¿Qué es Trump exactamente? ¿Qué es Putin?”, se pregunta la narradora.

Ante estas circunstancias, Sánchez-Garnica reivindica el periodismo, un oficio que su poilfacética protagonista también cultiva ante los micrófonos de la RIAS, una radio creada por las tropas estadounidenses en las que Victoria comparte con los oyentes “dónde están los puntos de suministros básicos, donde pueden encontrar carbón, alimentos, medicinas”. “El periodismo es uno de los pilares de una sociedad democrática, y tiene el deber de informar bien a la sociedad”, defiende la finalista del Planeta en 2021 y ganadora en 2024. “Pero los ciudadanos también tenemos la responsabilidad de no dejarnos manipular, de no quedarnos en lo que nos suena bien, de buscar lo que nos incomoda y contrastar la información”, señala Sánchez-Garnica, que en su siguiente proyecto “salgo de Berlín. Pero no puedo asegurar que no vaya a volver. ¡Es una ciudad tan fascinante! La etapa que va desde el fin de la Primera Guerra Mundial hasta el ascenso del nazismo, los años 20, con ese contraste entre la libertad, la alegría de vivir y los conflictos... Ese periodo me apasiona”.

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